SOBRE EL MEMORIAL DEL 68
jueves, 2 de octubre de 2008
Memorial del 68
Elena Poniatowska
El libro Memorial del 68 es el principio de la curación de una herida muy grande.
Memorial del 68 recoge las voces de 57 integrantes del movimiento estudiantil de 1968 y nos da un testimonio conmovedor por su veracidad. Memorial del 68 es la historia personal de quienes vivieron el movimiento estudiantil.
Memorial del 68 es un balance en el que participan la Universidad Nacional Autónoma de México, la Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, la editorial Turner de México. Escriben Álvaro Vásquez Mantecón, Juncia Avilés, Sergio Raúl Arroyo, Alejandro García Aguinaco, Roger Bartra, Alberto del Castillo, Ricardo Pérez Montfort, Greco Sotelo, Georges Roque, Cuauhtémoc Medina y Carlos Monsiváis.
Memorial del 68 duele porque registra, evidencia, acusa y muestra la ingenuidad e indefensión de jóvenes idealistas, como idealista era el gran José Revueltas quien fue la figura adulta más sobresaliente del movimiento estudiantil.
Memorial del 68 es un material muy valioso en el que debemos detenernos y del que nos tenemos que hacer responsables, porque expone prácticas del gobierno que todavía siguen vigentes. Es un documento sólido que da cuenta del autoritarismo. Por eso, también ayuda a analizar el presente de nuestro país, ya que muestra la irracionalidad del poder y de quienes lo ejercen.
Según Margarita Suzán, la manifestación del 27 de agosto de 1968 resultó una gloria, porque los muchachos lograron convertir las calles del centro en un nicho de libertades y una caja de resonancias de las consignas. Tomar la calle era una hazaña feliz, los estudiantes gritaban que querían cambiar la sociedad y codo con codo lograrían que todos los mexicanos tuvieran las mismas oportunidades. De ahí en adelante, la plancha del Zócalo pertenecería a los mexicanos más pobres. Los jóvenes querían darlo todo, su misión era entregar su vida, nunca habían sido tan felices, por eso la advertencia del filósofo Luis Villoro cayó como un balde de agua fría: “Están empezando a amenazar y la represión que viene es real. Uno se embriaga en los mítines y se embriaga en las asambleas y pierde piso y pierde el sentido de realidad y acaba siendo devorado por su propio delirio”. También Gerardo Estrada planteó que para algunos, particularmente para los maestros y los alumnos de Ciencias Políticas, la idea ya no era ganar, “sino cómo negociar una salida que permitiese el cumplimiento de ciertas demandas (…) La idea de que podía haber una represión que costaría vidas era muy clara para muchos. La pregunta era: ¿cómo hacemos para que esto no acabe en una represión sangrienta?”
Memorial del 68 consigna las voces de 10 mujeres: Marta Lamas, Lucy Castillo, Margarita Suzán, Myrthokleya González, Ana Ignacia Rodríguez La Nacha (quién estuvo en la cárcel), Elisa Ramírez, Ifigenia Martínez (a quien los soldados detuvieron el día que entraron a Ciudad Universitaria), Marcia Gutiérrez, Maria Teresa Juárez de Castillo, esposa de Heberto Castillo, que cuenta cómo Heberto escapó corriendo de su casa a unas cuadras de Ciudad Universitaria y pudo esconderse entre las rocas del pedregal de Santo Domingo y llegó a la Universidad donde lo cuidaron y lo protegieron los muchachos porque venía herido y estuvo a punto de que se le reventara el vientre.
Elisa Ramírez provenía de una familia de profesionistas. Hija del médico sicoanalista Santiago Ramírez, su participación fue muy notoria, al igual que la de Margarita Suzán, cuyos padres le legaron su amor al conocimiento. Ana Ignacia Rodríguez, Nacha, quién permaneció 2 años en la cárcel de mujeres, al lado de Adelita Castillejos y Roberta Avendaño, Tita, venía de provincia. Ser brigadista durante el movimiento era descubrirse a sí mismo y adquirir poder de convicción. Ver a los muchachos moverse y dirigirse a la gente en los mercados, en los autobuses, era alentador. Marta Lamas tenía coche y facha de niña decente y entretenía a la policía mientras su brigada pegaba la propaganda. Los muchachos actuaban con alegría, con ingenuidad y una vez –como lo cuenta Roberto Escudero– los del Politécnico entraron al teatro donde Pérez Prado tocaba mambo y se pusieron a bailar; cuando se retiraron Pérez Prado se echó el Mambo del Politécnico para rendirles homenaje. Según Marta Lamas, los estudiantes iban por la calle comiéndose al mundo y diciéndoles a los cuicos: “policía, escucha, tu hijo está en la lucha” y el “lucha, lucha, no dejes de luchar por un gobierno obrero, campesino y popular”.
1968 es el fin de una era, 1968 es el año de encontrar lugar en el mundo, 1968 es el bazucazo a la puerta histórica de San Ildefonso, 1968 es la conciencia de un México nuevo.
Memorial del 68 es un reconocimiento a Javier Barros Sierra. El 30 de julio, el rector iza la bandera a media asta por el bazucazo en San Ildefonso y declara: “Hoy es un día de luto para la Universidad; la autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la institución, a través de sus autoridades, maestros y estudiantes, manifiesta profunda pena por lo acontecido. La autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos”. El 1º de agosto encabeza la histórica marcha en defensa de la autonomía, que desde ese momento se conocerá como “la marcha del rector”.
La marcha del silencio, el 13 de septiembre, es única dentro de las manifestaciones del movimiento estudiantil. También es única dentro de la historia de los movimientos sociales.
Memorial del 68 muestra cómo el 18 de septiembre el Ejército entra a Ciudad Universitaria y detiene a 500 personas. El 23 de septiembre, Barros Sierra presenta su renuncia porque cree que “los problemas de los jóvenes sólo pueden resolverse por la vía de la educación, jamás por la fuerza, la violencia y la corrupción”. Ante la insistencia de varios universitarios regresa a Rectoría y el 30 de septiembre el Ejército sale de la Universidad. Barros Sierra le dio otra dimensión al movimiento estudiantil, lo hizo más grande, más incluyente. No se alió al presidente de la República ni a su gabinete, tomó partido por los estudiantes. Validaba al movimiento. Ahora sí, no sólo padres y maestros acompañaban a los jóvenes, también lo hacían hombres con la autoridad de Barros Sierra y de su sobrino, el astrofísico Manuel Peimbert Sierra.
El 1º de octubre el CNH (Consejo Nacional de Huelga) convoca a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco para el día siguiente: 2 de octubre.
Memorial del 68 es un grito, el grito del cineasta Leobardo López Aretche, quien sería conocido como el Cuec y dejó filmadas muchas escenas de la barbarie.
Memorial del 68 es un antes y después de la masacre del 2 de octubre.
Después de que cayeron de un helicóptero las luces de bengala verdes que fueron la señal del inicio de la balacera, el maestro Fausto Trejo escapó guiado por un estudiante que lo levantó cuando se había tirado al suelo de la explanada frente al edificio Chihuahua: “Maestro, levántese, vámonos porque si lo ven lo matan”, y lo tomó del brazo. Caminaron unos 10 metros y una bala atravesó la cabeza del muchacho. “Esa bala era para mí”, asegura Fausto Trejo. Habrían de aprehenderlo más tarde y el interrogatorio de Miguel Nassar Haro duraría 18 horas. A Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, la Agencia Federal de Seguridad lo torturó para después entregarlo a Nassar Haro y llevarlo a la cárcel de Lecumberri bañado en sangre. El espanto del 2 de octubre todavía permanece en la mente y en el corazón de Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Roberto Escudero, Marcelino Perelló, Jesús Martín del Campo, Gerardo Estrada, Ignacia Rodriguez la Nacha y tantos más.
Hoy, los hijos y los nietos de quienes vivieron el 68 mantienen encendida la flama. No hay que olvidar para que no vuelva a suceder. Conocer nuestra historia nos ayuda a saber a donde ir. El régimen autoritario es ya inaceptable. Raúl Álvarez Garín dice que el movimiento estudiantil produjo un cambio de valores en miles de ciudadanos, y recuerda el miedo, los daños sicológicos, las depresiones, los pensamientos suicidas –como en el caso de Gilberto Guevara Niebla–, las enfermedades, paranoias, regresiones de muchos compañeros que fueron perseguidos, pero también pondera la experiencia colectiva que le dio a México y a los mexicanos más heroicos la posibilidad de ser mejores y lograr, como lo pidió Rosario Castellanos, que la justicia se siente entre nosotros. “No se puede gobernar al pueblo con procedimientos criminales” alega Raúl Álvarez Garín junto con su Comité del 68, que se ha dedicado a sacar cuentas y a pedir justicia durante estos recientes 40 años.
En Memorial del 68 sigue vigente, la verdad moral que hizo que José Revueltas calificara al movimiento estudiantil con todo y sus fallas, sus excesos y su heroísmo, como “un enloquecido movimiento de pureza”. El 68 nos hizo creer que otro México era posible, el México por el que luchamos ahora.
El 68 mexicano: del autoritarismo a la impunidad
■ La represión propició un cambio histórico en México
Gustavo Castillo García
En 1968, en la capital del país se desarrolló un gran movimiento estudiantil, el más importante de la historia de México, el cual estalló ante la intransigencia y la represión gubernamentales, y –mucho se ha argumentado al respecto– fue un parteaguas que transformó la historia nacional. La movilización creció a niveles insospechados. Para contener el creciente descontento, el gobierno sacó las tropas a la calle. El Ejército tomó Ciudad Universitaria e instalaciones del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
En el ámbito político había una soterrada disputa entre el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, y el jefe del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF), Alfonso Corona del Rosal, por la candidatura del PRI a Presidencia de la República. Desde 1956 despachaba en la embajada de Estados Unidos –según analistas y varios ex agentes, ésta era la segunda en importancia en el mundo, después de la que operaba en la ex Unión Soviética, debido a la posición geoestratégica de México– un jefe de estación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), que era partidario de las dictaduras militares. Altos funcionarios gubernamentales se habían convertido en informantes de esa organización del espionaje estadunidense, entre ellos Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Fernando Gutiérrez Barrios y el propio Echeverría, de acuerdo con documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos.
El conflicto se inició en julio; de agosto a octubre el gobierno de México fue sacudido por las exigencias de jóvenes universitarios que clamaban por diálogo público, libertad para los pesos políticos y una reforma legislativa que derogara los artículos en que se sustentaba el delito de disolución social, entre otras demandas democráticas.
El 2 de octubre la represión alcanzó su punto máximo, cuando militares y francotiradores abrieron fuego contra miles de personas congregadas en un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.
Esto se daba en el contexto de la guerra fría. Movimientos similares por mayores libertades habían ocurrido en París, Berlín, Roma, Turín, Chicago, Londres, Barcelona y Berkeley, cuyos protagonistas también eran estudiantes.
Otra parte de ese contexto tenía que ver con que el gobierno mexicano preparaba los Juegos Olímpicos, los primeros que se celebraban en un país de América Latina.
Al cumplirse 40 años del inicio de esa irrupción estudiantil en la vida nacional, en un movimiento sin el cual no puede entenderse el desarrollo político, social y cultural de México en los años recientes, La Jornada ofrece a sus lectores, a partir de hoy, una serie en la cual contaremos la historia de lo sucedido entre el 22 de julio y el 2 de octubre de aquel año. La novedad del material que publicaremos es que mucha de la información proviene de documentos oficiales resguardados por el Archivo General de la Nación y que fueron obtenidos de la Procuraduría General de la República (PGR) mediante una solicitud de información pública.
El inicio: falta de libertades
En julio de ese año se conjuntaron intereses políticos, económicos, diplomáticos y militares para enfrentar lo que en el discurso oficial se definió como una “conjura comunista que buscaba desestabilizar al gobierno y entorpecer la justa olímpica”.
Los documentos oficiales evidencian que la movilización del 68 se inició y creció, además de por la cerrazón gubernamental y la falta de libertades democráticas que caracterizaban al régimen autoritario priísta de esos años, por las incesantes provocaciones y la represión policiaca en contra de los estudiantes, fundamentalmente universitarios y politécnicos, que se dio a partir del 23 de julio.
El Libro Blanco del 68, elaborado en aquellos años por la PGR, que contiene la versión oficial de lo sucedido, asegura que “el detonador” del conflicto fue que “algunos grupos de estudiantes y otras personas celebraban en la ciudad de México los aniversarios del 26 de julio de 1953, fecha de ataque al cuartel Moncada de La Habana, y que dio su nombre al movimiento revolucionario cubano”.
Según la autoridad, “esas conmemoraciones fueron precedidas, muy frecuentemente, por determinados disturbios o actos tumultuarios de protesta que evaden (sic) el marco de la simple celebración”.
El documento refiere que “en julio de 1966 y en julio de 1967 grupos estudiantiles y algunos miembros de organizaciones políticas de extrema izquierda, simpatizadores de la Revolución Cubana, aprovecharon la fecha para suspender temporalmente las clases en varios planteles de educación superior, capturando autobuses urbanos, provocando diversos desórdenes públicos y motivando así encuentros con la policía de la ciudad, aunque sin lograr mayores consecuencias”.
De acuerdo con dichos informes oficiales, en ese contexto ocurrieron los enfrentamientos del 22 y 23 de julio entre estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del IPN contra los alumnos de la preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); en ellos tuvieron lugar actos de provocación perpetrados por las pandillas Los Ciudadelos y Los Araños, liderados por los porros Mario Ramírez, El Fish, y Santiago Alfonso Torres Saavedra, El Johnny, así como por la misteriosa intervención de un grupo de jóvenes ataviados con uniformes desecundaria, que más tarde se sabría que formaban parte del grupo que posteriormente se conoció como los halcones.
El 23 de julio los granaderos provocaron durante varias horas a los alumnos del Politécnico. Los uniformados lanzaron bombas de gas lacrimógeno y golpearon a estudiantes, profesores y empleados de las vocacionales. Los informes gubernamentales niegan que hayan ocurrido dichas agresiones policiacas.
Al día siguiente del enfrentamiento, el diario Excélsior publicó una nota que llamó la atención, en la cual se informaba que, mediante un boletín de prensa, la UNAM advirtió que “una revista extranjera, un periodista local y rumores de grupos con intereses manifiestos” iniciaron un “campaña contra la autonomía universitaria”, señalando, entre otras cosas, que “las universidades en Iberoamérica son como campos de entrenamiento de agentes subversivos”.
El 26 de julio, los estudiantes politécnicos agrupados en la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) realizaron una marcha para protestar por la represión de los días anteriores contra alumnos de las vocacionales 2 y 5. Ese mismo día, integrantes de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED) y de la Juventud Comunista convocaron a una marcha y un mitin para conmemorar el 15 aniversario del asalto al cuartel Moncada, que dio inicio a la revolución cubana.
Según la PGR, luego de lo sucedido en la Ciudadela, “en la mañana del 26 de julio, líderes de la Juventud Comunista y de la CNED determinaron (…) enviar grupos de choque a la manifestación del Politécnico para provocar desórdenes, a fin de que tuviera que intervenir la policía y en esta forma se agravara el problema existente entre ésta y los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional”.
La movilización de la FNET concluyó sin incidentes, pero algunos de sus integrantes se sumaron al acto de la CNED y exhortaron a éstos a marchar hacia el Zócalo, enfilando por las calles de Madero y 5 de Mayo. Al hacerlo estaban avanzando hacia una trampa, pues los granaderos le cerraron el paso a la vanguardia en la calle de Palma y a la retaguardia en la avenida San Juan de Letrán (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas), mientras otros grupos de policías se lanzaban contra ellos desde calles perpendiculares a la ruta de la movilización.
En el centro de la ciudad se dieron múltiples choques entre policías y estudiantes, especialmente en los alrededores de las preparatorias 1 y 3, donde se habían refugiado algunos estudiantes que participaron en la marcha de la FNET.
Durante la noche, agentes de la Dirección Federal de Seguridad y del Servicio Secreto allanaron las instalaciones del comité central del Partido Comunista. Detuvieron a varios de sus dirigentes y en otros puntos de la ciudad a una estadunidense, un puertorriqueño y un peruano. El gobierno diría más tarde que los comunistas recibían adoctrinamiento del extranjero para desestabilizar al régimen.
El Libro Blanco del 68 añade que el presidente Díaz Ordaz ordenó al Ejército, después de varios días de enfrentamientos entre estudiantes y policías, contener los “desórdenes” el 30 de julio, a solicitud de Luis Echeverría Álvarez y Alfonso Corona del Rosal, entonces titulares de Gobernación y del DDF, respectivamente.
La participación militar fue, según la versión oficial, “en auxilio de la Policía Preventiva” y en atención a “la agresividad de los estudiantes y la incapacidad de los granaderos” para controlar “los desmanes”.
Así, los mandos de las fuerzas del Estado que se involucraron en el conflicto eran mayoritariamente militares con grado de general y, aunque con distintos matices, todos eran anticomunistas:
El DDF era dirigido por el general Corona del Rosal; la policía estaba a cargo de Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero; el coronel Manuel Díaz Escobar encabezaba la Subdirección de Servicios Generales del DDF, en la cual creó un “grupo especial de vigilancia para instalaciones estratégicas como el Metro”, que luego se convertiría en los Halcones; Luis Gutiérrez Oropeza estaba al frente del Estado Mayor Presidencial (EMP) y formó el llamado Batallón Olimpia, grupo integrado por militares y policías que, vestidos de civil, al final del movimiento se encargarían de detener a estudiantes el 2 de octubre en Tlatelolco; Marcelino García Barragán se desempeñaba como secretario de la Defensa Nacional y Mario Ballesteros Prieto e la jefatura del estado mayor de esa dependencia; este último era uno de los encargados de las operaciones castrenses en la capital del país.
En ese entonces la radio comercial transmitía música de los Beatles, los Rolling Stones, los Doors, Bob Dylan, Joan Báez, Simon y Garfunkel, pero también de Rocío Durcal, Angélica María, Los Teen Tops, Los Rebeldes del Rock, Los Camisas Negras y Roberto Jordán.
En las artes plásticas se consolidaba la llamada Generación de la Ruptura, integrada, entre otros, por José Luis Cuevas, Rufino Tamayo, Manuel Felguérez, Pedro Coronel y Remedios Varo, quienes desde 1957 impulsaban un cambio en el arte del país para romper con la Escuela Mexicana de Pintura, corriente artística en la que participaban, principalmente, los muralistas.
Ataque en San Ildefonso
La madrugada del 30 de julio, soldados de la primera Zona Militar penetraron en las preparatorias 1, 2, 3 y 5 de la UNAM y en la vocacional 5 del IPN. En un hecho desmedido y sin precedente, los militares dispararon una bazuka contra el portón de San Idelfonso.
Al día siguiente se realizó un mitin frente a la rectoría de la UNAM, en el cual Javier Barros Sierra –cabeza de la institución– leyó un documento en el que condenaba la violación de la autonomía universitaria. El primero de agosto, el rector encabezó una manifestación de Ciudad Universitaria a Félix Cuevas, a la cual se sumaron estudiantes de Chapingo, del IPN y de la Normal de Maestros.
El 4 de agosto los estudiantes dieron a conocer su pliego petitorio de seis puntos, en el que exigían libertad de los presos políticos; destitución de los generales Luis Cueto y Raúl Mendiolea; desaparición del cuerpo de granaderos; derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, relacionados con el delito de disolución social; indemnización para los familiares de los muertos y heridos, víctimas de la agresión del 26 de julio en adelante, y el “deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades por conducto de la policía, granaderos y Ejército”.
El 5 de agosto los estudiantes politécnicos desconocieron a la FNET como su representante y constituyeron el comité de huelga del IPN. Tres días después se conformó el Consejo Nacional de Huelga (CNH), con 210 representantes, tres por cada escuela del IPN, la UNAM, Chapingo y la Nacional de Maestros. Se decidió que esa organización sería “el único interlocutor legítimo ante el Estado”.
La violencia fue en aumento, los estudiantes eran reprimidos por policías en cuanto los sorprendían realizando mítines relámpago, haciendo pintas o boteando, es decir, pidiendo ayuda económica de la población para sostener el movimiento. No obstante la pluralidad de corrientes que participaban en el CNH, se pudieron organizar movilizaciones multitudinarias a partir del 13 de agosto y se logró, además, que el Consejo Universitario apoyara sus demandas; lo mismo hicieron intelectuales, maestros y padres de familia.
El 27 de agosto las negociaciones con las autoridades no avanzaban y se realizó una manifestación que llegó al Zócalo. Los estudiantes tocaron las campanas de Catedral e izaron una bandera rojinegra en el asta bandera, frente a Palacio Nacional. Centenares de jóvenes decidieron permanecer en el Zócalo en demanda de diálogo público con el presidente Díaz Ordaz, pero la madrugada del día 28 fueron desalojados por policías y un contingente de infantería a bordo de tanquetas. Un total de 300 personas fueron detenidas. Al día siguiente, en un presunto acto de desagravio a la bandera, se dio una curiosa e inesperada rebelión de burócratas, que habían sido acarreados al Zócalo, quienes gritaban: “Somos borregos, beee, beee”.
El primero de septiembre, durante su cuarto Informe de gobierno, Díaz Ordaz advirtió que utilizaría “mano dura” contra el movimiento. El día 13 los estudiantes organizaron la que se conoció como la Marcha del Silencio, del Museo de Antropología al Zócalo, en la cual se calcula que participaron 300 mil personas, número insólito para una movilización en esos tiempos.
Cinco días después, el Ejército tomó Ciudad Universitaria y para el día 24 los militares se apoderan de los principales planteles del IPN ubicados en el casco de Santo Tomás y Zacatenco. El Libro Blanco del 68 de la PGR agrega que si el IPN hubiera sido “ocupado por sorpresa, como aconteció en Ciudad Universitaria, no hubieran tenido que lamentarse muertos y heridos”.
El gobierno consideró que esa acción había sido “justa, y que permitir que las escuelas se convirtieran en arsenales y reductos de motineros sólo daba ocasión a que aquéllos se sintieran fuertes y prolongaran el conflicto”.
El 22 de septiembre el rector Barros Sierra presentó su renuncia ante el Consejo Universitario debido a la ocupación militar de Ciudad Universitaria y de otras escuelas de la UNAM. El 27, la retiró y tres días después el Ejército entregó Ciudad Universitaria.
Una vez reabierta la máxima casa de estudios, el CNH ofreció una conferencia de prensa en la cual reiteró que el movimiento nunca se había propuesto boicotear los Juegos Olímpicos y que continuaría la huelga estudiantil hasta ver cumplido su pliego petitorio.
El primero de octubre se acordó realizar un mitin al día siguiente en Tlatelolco y luego marchar hacia el casco de Santo Tomás con la intención de pedir la salida del Ejército de las instalaciones del IPN.
A las cinco de la tarde del 2 de octubre se inició el mitin. Se calcula que había más de 8 mil personas en la Plaza de las Tres Culturas. Entre las 18:10 y las 18:15 horas, “dos helicópteros sobrevuelan el lugar y son disparadas dos luces de bengala. Casi al mismo tiempo, desde el edificio Chihuahua un francotirador dispara una ráfaga de arma semiautomática”. Comenzó la matanza. Aún hoy no se conoce con precisión el número de muertos. Centenares de estudiantes fueron llevados, entre otros lugares de detención, al Campo Militar número uno y luego consignados por diversos delitos.
En 1969, Díaz Ordaz se responsabilizó de lo sucedido, durante la lectura de su quinto Informe de gobierno. Luis Echeverría lo sucedería en el cargo.
Ya durante el gobierno de Vicente Fox, en 2000, se creó la llamada Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado. El 4 de enero de 2002 se iniciaron las investigaciones encaminadas a esclarecer, entre otros asuntos, los sucesos del 68.
A la fecha únicamente se encuentra sujeto a proceso penal por el delito de genocidio el ex presidente Luis Echeverría. Sin embargo, está en trámite una petición de amparo contra esa determinación judicial.
El movimiento de 1968 es el gran símbolo de la democracia: Bartra
El embrión del cambio fueron las modestas demandas de los seis puntos del pliego petitorio de los estudiantes, dijo el académico emérito de la UNAM.
La Jornada On Line Publicado: 03/09/2008 10:04
México, DF. El académico emérito del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Roger Bartra, aseveró que el movimiento de 1968 es el gran símbolo de la democracia en México.
El embrión del cambio fueron las modestas demandas democráticas de los seis puntos del pliego petitorio de los estudiantes, que reclamaban la libertad de los presos políticos, la derogación del delito de disolución social y la renuncia de varios jefes policiacos, subrayó Bartra al participar en el ciclo de conferencias magistrales Cuarenta Años del Movimiento Estudiantil del 68, organizado por la UNAM y el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT).
Según un comunicado de la máxima casa de estudios, el profesor afirmó que tuvieron que pasar más de 30 años para que la democracia llegara, porque en su ceguera “los gobernantes continuaron trastabillando durante mucho tiempo” por el camino.
Bartra subrayó que la represión de Tlatelolco no logró impedir que las mismas heridas de la derrota recibieran las semillas de una lenta transición política.
También, expuso el antropólogo miembro del Sistema Nacional de Investigadores, es la señal que marca el inicio de una época de transformación y el símbolo de una atractiva cristalización cultural que se inició en los años 50 y se prolongó hasta finales de los 70.
Agregó que la represión de los estudiantes en 1968 fue “un acto de barbarie” que dejó un rescoldo de amargura en lo más profundo del sistema político mexicano.
Ese año, dijo, ha dejado una triple herencia: la derrota, la transición y la contracultura. La primera, es evidente con el “aplastamiento” del movimiento estudiantil.
En el auditorio Alfonso García Robles, donde fue moderador el director general del CCUT, Sergio Raúl Arroyo, el profesor Bartra precisó que el periodo de transición que se inicia en 1968 desemboca en la caída del muro de Berlín y en la extinción de casi todas las dictaduras latinoamericanas, incluida la mexicana.
LA IMPUNIDAD POR RESOLVER.
México, 10 Sep (Notimex).- La impunidad es el gran pendiente a resolver a 40 años del movimiento estudiantil de 1968 en México, dijo anoche la periodista y académica Denise Dresser, al participar en el ciclo de conferencias para conmemorar tales hechos.“Esta impunidad persiste porque nunca ha sido verdaderamente combatida, porque nunca se dieron las consignaciones a los responsables, porque nunca hubo asignación de responsabilidades” a funcionarios, señaló en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT).Ante un auditorio de poco más de 120 personas, la profesora del Instituto Tecnológico Autónomo de México lamentó que en el país el fin de la impunidad no sea todavía un principio apoyado desde el poder.“Ante la guerra sucia del pasado prevalecen las incógnitas del presente. Ante los abusos de ayer persisten los abusos de hoy. Al lado de las familias deshechas de 1968 está parada la familia de Fernando Martí y la familia de todos los muchachos que murieron en el New”s Divine”, señaló.Para la investigadora, el gobierno piensa que la verdad sobre el pasado es una concesión a la población, algo que puede soltar a cuentagotas para acallar a los pocos que no dejan de gritar.Al recordar algunos de los episodios de represión gubernamental que se han dado en diversos países, la periodista lanzó la pregunta de ¨qué hacer con el pasado? “Es imposible negarlo, tenemos un pasado problemático.“Qué hacer con el pasado es una parte esencial de una condición integral, porque con mucha frecuencia las viejas heridas sanan mal y es necesario limpiar las viejas infecciones”, subrayó Dresser.Durante su charla con la que el CCUT recuerda 40 años del Movimiento Estudiantil del 68, indicó que así como falta un buen gobierno también falta una buena sociedad y ciudadanos que obedecen la ley, que siguen las reglas y que promueven el bien público.“A 40 años del 2 de octubre, no son tiempos de archivar y olvidar, siguen siendo tiempos de esclarecer y sancionar; no son tiempos de perdón y olvido, siguen siendo tiempos de justicia y memoria”.
Concluye juez: Echeverría, culpable de matanza en 68
ALFREDO MENDEZ ORTIZ
"Luis Echeverría Alvarez fue el concebidor y preparador que de manera intencional, pues con conocimiento de causa, en su calidad de secretario de Gobernación durante el gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, en compañía de otros altos funcionarios -tales como el Secretario de la Defensa, el Jefe del Estado Mayor Presidencial, el Director de Seguridad Pública, el Subdirector y Delegado Supernumerario de esa dependencia y el propio Presidente de la República-, fraguó un plan para destruir de manera parcial al grupo nacional opositor al gobierno denominado Consejo Nacional de Huelga (CNH), integrado por estudiantes y simpatizantes del movimiento estudiantil de 1968", concluyó hace dos semanas el magistrado federal José Angel Mattar Oliva, cuando libró la primera orden de aprehensión contra un ex mandatario del país.
Según consta en su resolución, en poder de La Jornada, que por vez primera se hace pública, el juzgador refirió que "el 2 de octubre de 1968, aproximadamente a las 18 horas, en la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco, en donde se celebraba un mitin del movimiento estudiantil representado por el grupo nacional que se denominó CNH, hubo un número considerable e indeterminado de manifestantes muertos y heridos, como consecuencia de la acción planeada, dirigida, coordinada y ejecutada por altos funcionarios del gobierno federal en el ejercicio de sus funciones, con el propósito de destruir a dicho grupo nacional".
Para analizar por vez primera en la historia jurídica de México un caso de genocidio, así como la probable responsabilidad en ese ilícito de un ex presidente de la República, el magistrado titular del segundo tribunal unitario penal del Distrito Federal hizo un recorrido histórico y cronológico sobre los hechos que motivaron el movimiento estudiantil de 1968.
Las documentales públicas, libros, revistas y periódicos que ofreció como prueba la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) para demostrar que la matanza de estudiantes ocurrida hace 37 años fue un acto genocida, permitieron al impartidor de justicia considerar que el origen del conflicto de esa época comenzó el 22 de julio de 1968, "cuando en la plaza de la Ciudadela de México se da una riña entre alumnos de la preparatoria particular Isaac Ochoterena y las vocacionales dos y cinco del Instituto Politécnico Nacional (IPN)".
Luego el juzgador hizo mención de las marchas, movilizaciones y actos de protesta encabezados en 1968 por estudiantes de diversas instituciones públicas, durante más de dos meses, en respuesta a la negativa del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz de cumplir un pliego petitorio de seis puntos, entre los cuales destacaba la solicitud de que fueran liberados diversos "presos políticos", entre ellos los alumnos detenidos tras el enfrentamiento en la plaza de la Ciudadela.
Indicó que la negativa del gobierno federal a negociar con el movimiento estudiantil y buscar una salida política al conflicto provocó la creación del CNH -encabezado por líderes estudiantiles-, sobre todo como respuesta a los "actos de intimidación" que tuvieron que enfrentar los estudiantes cuando fueron agredidos en diversas ocasiones por grupos de granaderos del Distrito Federal y elementos del Ejército.
Como acto de legítima defensa, razonó el magistrado, se creó un grupo nacional de estudiantes que "buscaba hacer frente, de manera pacífica, a los embates de un gobierno represor", y se dio inicio, el 8 de agosto de 1968, a una huelga nacional que fue respaldada por la UNAM, el IPN, las escuelas Nacional de Maestros y Normal Superior, Escuela Nacional de Agricultura Chapingo, Universidad Iberoamericana, Universidad Lasalle y universidades de provincia.
Respecto del día de la matanza, el juzgador argumentó: "Contra los estudiantes y personas afines al movimiento estudiantil se perpetraron delitos contra la vida y ataques a la integridad corporal, consecuencia del cerco militar y policiaco, y de los disparos de miembros del grupo paramilitar Batallón Olimpia y otras fuerzas armadas, apostados en corredores, pasillos y departamentos del edificio Chihuahua, el techo de la iglesia de Santiaguito, edificio del ISSSTE, y otros inmuebles aledaños y cercanos a la plaza, presumiblemente con agentes de la Policía Judicial Federal, el Servicio Secreto, el Distrito Federal, militares de rango y oficiales de Guardias Presidenciales, que en su totalidad dispararon contra la multitud y la tropa regular que arribaba al lugar".
Asimismo, infirió que "el plan para terminar con el movimiento estudiantil no radicaba únicamente en detener (el 2 de octubre de 1968) a los líderes del movimiento, sino en exterminar a sus miembros, cuando menos de manera parcial; de otra manera no podría explicarse la presencia de tantos francotiradores en los techos y edificios aledaños y cercanos a la plaza; que el tiroteo iniciara precisamente con la caída de las segundas luces de bengala -que también eran la señal para que los miembros del Ejército cerraran el cerco-, cuando la supuesta finalidad de la presencia armada era únicamente disolver la reunión y detener sin violencia a los líderes del movimiento".
En respuesta al argumento de los abogados defensores de Echeverría, respecto de que la matanza de Tlatelolco fue una "trampa" para el Ejército y no un acto genocida encaminado al exterminio de los estudiantes, el magistrado sostuvo: "Aún en el supuesto de que hubiese existido una confusión entre las Fuerzas Armadas, que los orilló a tener un fuego cruzado, debe presumirse que los mandos tuvieron el tiempo y los medios necesarios para comunicarse y ponerse de acuerdo, a fin de no dispararse más los unos contra los otros; sin embargo, ello no sucedió, sino que los disparos continuaron hasta entrada la madrugada".
José Angel Mattar Oliva libró la orden de captura -que terminó la semana pasada en un auto de libertad, girado por el juez federal Ranulfo Castillo en favor de Echeverría, aunque es una resolución que puede ser modificada por otro magistrado- tras concluir que "la acción represiva (del gobierno diazordacista) logró frenar al movimiento estudiantil, que a decir de las autoridades de entonces ponía en riesgo la celebración de los 19 juegos olímpicos y la estabilidad del país".
Es posible aclarar los periodos oscuros del país: Montemayor
■ Acosta Chaparro, de nuevo contra la insurgencia, señalan en foro
Emir Olivares Alonso
El escritor Carlos Montemayor considera que 1968 significó una eclosión generacional de la nueva forma de ver, sentir y actuar en el país.
Al participar en la mesa El movimiento estudiantil de 1968 y la guerrilla en México, efectuada en la delegación Xochimilco, Montemayor aseveró que algunos estudiantes que participaron en el movimiento del 68 se incorporaron a grupos de la guerrilla, que a finales de los 60 comenzaban una transformación.
Señaló que no se trató de un nexo natural, sino de algo que “vino de fuera” lo que permitió esa incorporación. “Hay un lacito que une al movimiento del 68 con la guerrilla, y éste es la preparación y especialización profesional de comandos de choque que se convertirían en la Brigada Blanca, el Batallón Olimpia o los Halcones”.
A un mes de que se cumpla el 40 aniversario de la matanza del 2 de octubre de 1968 y en el contexto del Día Internacional de Detenido-desaparecido que se conmemora hoy, la organización Nacidos en la Tempestad realiza un ciclo de mesas redondas alusivas a la temática.
En ese contexto, Montemayor celebró las acciones que la sociedad civil ha realizado para hacer visibles los crímenes de la guerra sucia. “Estamos aclarando muchas cosas después de 40 años, creo que esta tenacidad de la sociedad civil es un ejemplo de que como en cualquier país, en el nuestro es posible no olvidar y seguir combatiendo hasta aclarar y dar luz a todos los periodos oscuros, grotescos y criminales por los que hemos pasado”.
En su turno, el abogado y director del Programa de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Enrique González Ruiz, también denunció que uno de los personajes más “siniestros” de la guerra sucia, Arturo Acosta Chaparro, “con el cobijo de las autoridades, ha vuelto a operar contra la insurgencia mexicana, lo que demuestra que el Estado no tiene ni un gramo de voluntad para resolver el problema de los detenidos-desaparecidos ni de llevar ante la justicia a los responsables de los crímenes durante la guerra sucia”.
Recordó que el militar fue sometido a juicio castrense debido a que se le relacionó con el crimen organizado; sin embargo, “resultó favorecido por el fuero militar, que es una protección que se coloca sobre los militares para que no sean sometidos a la justicia civil”.
Ahora, dijo, está en libertad pues no se le encontró responsabilidades en los delitos que se le achacaban, por lo que se le reincorporó a las fuerzas armadas con todos los beneficios. González Ruiz subrayó que Acosta Chaparro es acusado de haber privado de la vida a más de 200 personas durante el periodo de la guerra sucia.
Indicó que si bien las raíces del movimiento armado en el país son anteriores al 68, la dinámica de los hechos sociales de la lucha estudiantil tienen una conexión posterior con la lucha guerrillera.
En el acto también participaron Raúl Álvarez Garín, José Luis Moreno Borbolla e Ismael Hernández, activistas del movimiento estudiantil.
La brutalidad del 68, testimonios sobre la noche del 2 de octubre
Una serie de fotografías inéditas hasta ahora, que presentan a víctimas mortales de los sucesos de 1968 en Tlatelolco, da cuenta de la saña utilizada para atacar a quienes se hallaban en el lugar. Las imágenes, que en su mayoría presentan cuerpos de jóvenes a los que se arrancó la vida de manera brutal, arrojan elementos discrepantes con la versión oficial en torno de estos hechos, especialmente sobre cuántas personas murieron durante los sucesos, por qué, cómo y a manos de quién. De acuerdo con testimonios que ha sido posible recabar, las gráficas fueron tomadas por el fotógrafo de EL UNIVERSAL Manuel Rojas, fallecido años después, quien logró salvarlas de un amplio operativo de allanamiento y despojo desarrollado esa larga noche por agentes gubernamentales que virtualmente tomaron bajo su control a los periódicos capitalinos. El reportero gráfico entregó después ese material a directivos de la institución, quienes lo resguardaron, y hoy disponen su publicación.
Durante las últimas semanas este juego de 12 fotografías fue mostrado a especialistas en medicina forense, a defensores de derechos humanos, a intelectuales y a ex líderes de aquel Movimiento del 68. Los dos principales funcionarios del Servicio Médico Forense (Semefo) del Distrito Federal eran en 1968 auxiliares de perito en ese mismo sitio y ahora, casi 34 años después, rememoran aquella noche difícil: "Nunca en todo este tiempo coinciden hemos vuelto a ver escenas tan crueles como aquéllas".
Los comentarios de ellos y de los demás personajes consultados ratificaron la pertinencia de presentar a la opinión pública este material por decisión de esta casa editorial, como una aportación para el debate sobre el país que fuimos y sobre el país que deseamos ser.
“Hicieron lo que sabían hacer...”
Estos dos pares de ojos están entrenados para detectar y seguir los rastros de la muerte. Cadáver tras cadáver, año tras año, han ido acumulando una experiencia que muy pocos humanos llegan a tener. La mirada de estos dos hombres recorre los mismos cuerpos sin vida, las mismas heridas, los mismos rictus de dolor con los que hace 33 años se encontraron de improviso en una noche de octubre.
José Ramón Fernández y Gilberto Ibarra están ampliamente calificados para esta tarea. Son el director y subdirector, respectivamente, del Servicio Médico Forense del DF. El 2 de octubre de 1968 eran asistentes de perito en el mismo lugar en el que hoy observan las fotos de los muertos de Tlatelolco. Desde entonces, nunca han vuelto a ver escenas tan crudas y lesiones tan atroces como las que hoy de nuevo tienen entre sus manos. Las fotos que examinan hablan por sí mismas, lo dicen todo: "Tienen algo en común: muestran el uso diestro de las bayonetas y disparos de armas de fuego con balas expansivas. Sabían dónde atacar. Las heridas no están en los brazos, en las piernas o en un pie. Van al corazón y a los órganos vitales. Hicieron lo que sabían hacer...". Alguna razón tendrán para no concluir la frase anterior. No se atreven a decir explícitamente "Hicieron lo que sabían hacer: matar". Pero igual lo expresan con otras palabras. Igual de secas, duras, contundentes. "Recuerdo que en un cadáver había un golpe de bayoneta sobre un costado del cuerpo, y arriba el disparo", dice el doctor Ibarra.
¿Y eso qué implicaba? ¿Lo remataron en el piso?
Bueno, a la hora de meter la bayoneta en el cuerpo, se jalaba también el gatillo. Como si fuera un combate cuerpo a cuerpo, como si estuvieran en guerra...
Estaban adiestrados para ello. Es lo que los militares hacen todos los días. Los entrenan para eso.
El doctor Fernández interviene. Trata de encontrar alguna lógica a lo que de entrada es irracional. Es hombre de largas horas de vuelo en los anfiteatros. "La comparación es muy burda... y no quiero ofender a los soldados... pero si tuviéramos un perro de caza, lo entrenáramos... y de repente lo soltáramos....y le dijéramos "sobre él"... ¿quién sería el verdadero culpable? ¿El perro? Los culpables son los que dieron la orden.
"Perros de caza"... acaba de decir quien habla no en su calidad de director del Semefo, sino de experto en determinar por qué es que la gente pierde o le es despojada la vida. Intenta decir que los soldados mataron de esta manera porque para eso los educaron. Las frases sueltas, cortas, que ambos van pronunciando mientras observan lo que el 3 de octubre del 68 vieron por primera vez se acumulan: "Los cadáveres tenían destrozado el tórax", "cráneo deshecho por instrumento corto-contundente", "traumatismo brutal", "herida por proyectil expansivo en la cabeza", "heridas van dirigidas al corazón", "gran escurrimiento de sangre sobre abdomen"...
Los términos médicos tratan de no reflejar emoción alguna, pero no alcanzan a cubrir la dimensión de lo que ocurrió ese 2 de octubre. "Fue impactante. Presenciamos lesiones que nunca habíamos visto y que a la fecha nunca más hemos visto. Mortales, muy precisas. Lesiones de la vida militar".
* * *
En 1968 Gilberto Ibarra había cumplido 17 años y cursaba tercero de preparatoria. Aún no ingresaba a la Facultad de Medicina de la UNAM, pero ya acudía al Semefo. Su padre, Juan Ibarra, era perito y él asistente.
Meses antes de que se produjera el asalto militar a Tlatelolco, ya sentía temor. No había clases. La Universidad estaba cerrada, tomada por el Ejército. Veía a los militares en el Zócalo, camiones del Ejército, con soldados armados, patrullando por las calles. El miedo se había instalado entre los habitantes de la ciudad de México.
"A mí me daba mucho temor. Yo era seleccionado del equipo olímpico mexicano de atletismo y entrenábamos en Ciudad Universitaria, pero para poder entrar al estadio Olímpico nos revisaban los soldados. Pasábamos una guardia, luego otra, una tercera y una cuarta... Entraba uno con miedo. En el estadio había gente apostada en las alturas, armada... Había mucha intranquilidad".
Como todos los días, Gilberto Ibarra fue a entrenar a Ciudad Universitaria el 2 de octubre. De ahí se fue a las instalaciones del Semefo, a donde llegó a las 10:00 u 11:00 de la mañana. Aún no ocurría nada, pero su padre intuía o sabía algo. Tenía amigos en diversas fuerzas de seguridad. Así es que lo sacó de la zona. Cruzaron Reforma y el ambiente no era usual. La tensión era palpable. "Se veían pasar ambulancias, camiones del Ejército. Llegué a ver una tanqueta, tanques ligeros, atrás de Tlatelolco...", recuerda Ibarra.
En la noche de ese 2 de octubre supo que algo había ocurrido. Las noticias lo decían. Había muertos. Y aunque tenía idea, no imaginaba lo que vería horas después.
La madrugada del día siguiente llegó al Semefo y se encontró con un mundo de gente, cámaras, policías; no se permitía el paso a nadie.
Y llegaban más cadáveres, habían estado arribando en el transcurso de la noche. Los colocaban en los pasillos, en las mesas, en donde podían. En las cuatro gavetas ya había cuatro cuerpos para empezar.
"Se veían muchos jóvenes. Impactos de bala tremendos. Me dijo mi papá ésto es calibre grande". Era un boquete. "Aquello parece un arma con balas expansivas... de las balas que al pegar con un cuerpo explotan". Eran verdaderos boquetes, de ocho, 10 centímetros... Cuando entran al cuerpo tienen un orificio de entrada normal, pero dentro del cuerpo explotan y se hacen unos boquetazos enormes...".
"A mí me impactaba mucho porque no eran lo que habíamos visto antes. Eran balas del Ejército. El soldado en batalla tiene un propósito: destruir, matar...".
Y ese día Gilberto Ibarra conoció el horror de las balas expansivas que desfloraban la vida de los jóvenes como él, como muchos de sus compañeros de clase. Las balas expansivas... Son proyectiles que tienen una perforación en el centro. Al final de la perforación tienen un fulminante y debajo del fulminante una carga de pólvora. En su trayectoria, es decir, el recorrido que hace en el aire, a esa perforación le entra aire a presión. Cuando choca el proyectil con un cuerpo, ese aire a presión golpea inmediatamente el fulminante, éste hace ignición, se prende la pólvora y explota.
Así es como descuartizan los cuerpos y las vidas.
* * *
Nadie conoce el número real de muertos como resultado de la matanza en Tlatelolco. La cifra oficial es de 30 o 33 personas que dejaron sus últimos minutos de vida en la Plaza de las Tres Culturas.
José Ramón Fernández tampoco tiene idea. "No me acuerdo, pero fue impactante porque había jóvenes, mujeres, adultos, niños. Yo tenía 18 o 19 años". Era estudiante de medicina, de primer año. Inicialmente se sumó a algunas manifestaciones, pero luego se salió del movimiento. Ya no acudía más... Ya era ayudante de perito. Cuando vio los cadáveres amontonados sintió coraje, un enojo que se enquistaba dentro del cuerpo. "Eran personas de mi edad, estudiantes, con disparos de armas de fuego, con heridas de bayoneta. Era la primera vez que veía tantos cadáveres juntos. Y nunca había pasado nada así".
Pasó horas y horas asistiendo en las autopsias. No hablaba. No había tiempo ni deseos de hacerlo. El malestar y el coraje aumentaron cuando vio el cuerpo de una compañera de la Facultad de Medicina, precisamente una de las que hoy, 33 años después, identifica de nuevo en las fotos. Tiene completamente desfigurado el lado derecho del rostro. No sabía su nombre, pero sabía que era ella. Y se quedó para siempre con su imagen.
* * *
Gilberto Ibarra escuchaba cifras enormes sobre el número de muertos. "Se decía que había cientos de muertos. Aquí teníamos unos 30 o 40. Llegó un camión militar y traía otros muertos, tres, cuatro, cinco... Y otros habían ingresado en ambulancias de la Cruz Roja. Vinieron de diferentes lados y en algunos casos no tenían papeles... Los traían aquí porque no había dónde más. Hicimos una relación de cuántos tenían papeles y cuántos no. Quién sabe cuántos tenían etiquetas...".
Y ante la confusión, entró el Ejército al Servicio Médico Forense. "Entraban militares, venían a hablar con el director, bajaban los militares, subían... Las instalaciones estaban como tomadas por militares. El control lo tenían ellos... Se metían al anfiteatro, estaban ahí. Se asomaban... En la tarde llegaron vehículos del Ejército a recoger los cuerpos que no tenían identificación. La orden fue que se los llevaran...".
Las noticias decían que había muchos más cuerpos. "Yo no veía que llegaran más, pero las noticias decían que iban más al Campo Marte... y me preguntaba ¿qué fue lo que pasó? ¿Qué fue realmente lo que pasó? Hubo violencia extrema. Muchos cuerpos tenían tres o cuatro impactos".
* * *
Los jóvenes que vivieron horas de miedo y de indignación son ya hombres maduros. José Ramón Fernández y Gilberto Ibarra han visto desde entonces cientos de cadáveres... Pero estos dos pares de ojos ya acostumbrados a la muerte no han vuelto a ver nada igual. Nada como aquellos cuerpos, sin vida, destrozados, sojuzgados, ultrajados. Nunca han visto nada como eso.
Vivieron para contarlo
José Gil Olmos
Con excepción de algunas repercusiones, valiosas pero aisladas, en México el silencio cayó en cuanto al conjunto de 24 fotografías inéditas que Proceso publicó en su edición 1310. Tlatelolco sí se olvida. El gobierno federal optó por no emitir opinión alguna acerca de los testimonios gráficos que, sin duda, arrojan una dramática luz sobre facetas de la tragedia del 2 de octubre de 1968 que aún permanecen en la oscuridad. En términos generales, la mayoría de los medios de comunicación nacionales, impresos y electrónicos, también prefirió callar. Fue en el extranjero donde los documentos alcanzaron el eco que en el país se les negó. Por fortuna, el llamado que hizo nuestra revista a quienes se reconocieran en las fotos sí obtuvo respuesta: la de aquellas víctimas que tienen las agallas para dar testimonio de lo que ocurrió en la Plaza de las Tres Culturas. Complementariamente, a lo largo de las siguientes páginas publicamos algunas de las 11 fotos restantes de las 35 que en total fueron entregadas a Sanjuana Martínez, corresponsal en Madrid.
"Al que alce la cabeza, se lo lleva la chingada"
Florencio López Osuna era dirigente de la Escuela Superior de Economía del IPN en el 68 y actualmente es subdirector de la Voca 5. Es el que aparece en la portada de la revista, la semana pasada.
Llévatelo, y a la primera pendejada, te lo chingas, fue lo último que escuchó antes de que lo bajaran, a empellones, del tercero al segundo piso del edificio Chihuahua.
Había sido el primer orador del mitin y fue el único de la lista de tres comisionados para hablar esa tarde en nombre del Consejo Nacional de Huelga —los otros eran David Vega y Eduardo Valle—, que alcanzó a pronunciar su discurso.
Originario del municipio de Concordia, Sinaloa, le había tocado hablar de la situación del movimiento estudiantil, que se extendía por todo el país, y anunciar que se suspendía la programada marcha al Casco de Santo Tomás.
Yo estaba en el centro de la tribuna. Cuando comenzaron los disparos, me di la vuelta, y, dando la espalda a la plaza, vi que el tercer piso se había llenado de gente que, después supe, era del Batallón Olimpia. Eran jóvenes como nosotros. Algunos traían una fusca en la mano; otros cargaban metralleta. Todos traían un guante blanco. A unos pasos de donde estaba, David (Vega) forcejeaba por el micrófono con uno del Batallón Olimpia, al que se le salió un tiro.
Los del batallón les dieron tres instrucciones: ‘Todos a la pared, todos al suelo y al que alce la cabeza se lo lleva la chingada’. Mientras tanto, un tipo alto, fornido, con gabardina, disparaba contra la multitud.
López Osuna permaneció de pie; durante segundos, pegado al barandal del tercer piso, pudo ver cómo se formaba un remolino en la plaza, la gente se movía como una ola de mar. En ese momento, uno de los agentes lo tumbó al piso, cayéndole encima.
A los que estábamos en el tercer piso nos dividieron: A unos los subieron al cuarto piso y a otros nos bajaron al segundo. Yo fui de estos últimos. Un tipo que estaba acostado con nosotros nos decía en qué turno debíamos arrastrarnos. A unos pasos de ahí, había otro tipo en cuclillas. Era el que mandaba. Todavía lo recuerdo: patilludo, orejón. Cuando tocó mi turno, el que estaba acostado le dijo a su jefe: ‘Éste fue orador en el mitin’. Entonces, me jalaron, me mentaron la madre. Ahí empezaron los chingadazos.
Por acuerdo de una asamblea, López Osuna acudió armado a Tlatelolco, igual que otros de sus compañeros.
Hay que pensar qué momento estábamos viviendo: Nuestras escuelas eran ametralladas constantemente, había que tener con qué defenderse. Cuando estaba en el suelo, en lo único que pensaba era en cómo deshacerme de la pistola. El tipo patilludo me ordenó: ‘Ven acá’. Me estaba apuntando con una pistola. Y entonces pensé que era prudente informarle que estaba armado. El tipo se descontroló. Empezó a catearme desesperadamente, hasta que me encontró el arma. Me pegó con la pistola en la boca y empecé a sangrar. Y le dijo a uno de sus compañeros: ‘Llévatelo, y a la primera pendejada, chíngatelo’.
En el segundo piso le quitaron el cinturón y, a diferencia de otros estudiantes, le amarraron las manos hacia atrás. Su ropa fue cediendo a los jalones. Sólo permanecieron en su lugar los calzones mojados. La chamarra y la camiseta quedaron colgadas de los antebrazos, atoradas en la atadura de las manos.
Ya bajo custodia del Ejército, con la cara sangrando, lo pasaron bajo los chorros de agua que escurrían del edificio. Había que lavarle la cara para poderlo fotografiar.
Al llegar al Campo Militar Número Uno, donde permaneció hasta su reclusión en Lecumberri, la versión oficial sobre la pistola se había transformado. Éste traía una ametralladora, acusó un militar. Sólo alcancé a decir: ‘No es cierto, era una 380, y no la disparé’.
"Somos el Batallón Olimpia, no nos disparen"
Luis González de Alba era representante de la Facultad de Psicología de la UNAM en el 68. Actualmente es escritor y periodista.
Las fotos son la constatación, la absoluta evidencia, de lo que los líderes del movimiento del 68 venimos diciendo desde hace más de 30 años: que la masacre de Tlatelolco la comenzaron hombres vestidos de civil con un guante blanco en la mano izquierda y una pistola en la derecha. Así lo declaramos en el Ministerio Público desde entonces, así lo declaramos después en cuantos medios pudimos, yo lo he dicho en todos los medios en donde he estado. Bueno, aquí está la constatación, fue así exactamente como lo relatamos.
En cuanto al texto que se publicó en Proceso también la semana pasada, dice que no está de acuerdo en que las fotos muestran la perfecta coordinación entre las fuerzas armadas y los grupos paramilitares:
Lo que demuestran es la absoluta falta de coordinación entre el Batallón Olimpia y el Ejército regular, que es lo que siempre he venido diciendo.
El grito ‘Batallón Olimpia no dispa-ren’ es el grito del Olimpia al Ejército: ‘Somos el Batallón Olimpia, no nos disparen a nosotros’. Esto demuestra que no tenían ni siquiera un radio, ésa es la prueba de la falta de coordinación: grupos diferentes del Ejército que están comprometidos en una misma operación militar se comunican de distintas formas, pero nunca a gritos, eso sí resulta absolutamente aberrante.
Recuerda el testimonio del fotógrafo de Paris Match: Dice que se encontraba en el edificio Chihuahua, en el tercer piso, tirado en el suelo, rodeado de gente que tenía un guante blanco en la mano, y que estaban también tirados en el suelo. ¿Qué hacían los del Olimpia tirados en el suelo? Ellos eran los que llegaron a comenzar los disparos, ellos eran los armados. Estaban tirados en el suelo porque el Ejército vio los fogonazos y dijo: ¡Son los estudiantes quienes nos están disparando! Y respondieron al fuego, y fueron avanzando, disparando hacia arriba, no hacia la gente. No estoy tratando de hacer el elogio del Ejército, quiero simplemente poner las cosas en su justo término, si estamos pidiendo justicia, que haya justicia, y no que cada quien le aumente la tinta en donde le guste.
Si el Ejército que tenía rodeada toda la plaza hubiera llegado disparándole a la gente, no queda nadie vivo. ¡Nadie! Y no hubiéramos tenido 30 o 40 muertos, que son los que están en la estela que levantaron en uno de los aniversarios con el nombre de los muertos, o los 100 o 200 que se han dicho, hubiera sido ¡todo el mundo! Pero el Ejército no llegó así, llegó el Olimpia a detenernos a nosotros, y aquí están las fotos de Proceso, ésa es su gran importancia, ¡ahí están las fotos! Exactamente como los describimos: hombres de pelo cortado estilo militar, muchachos de aspecto atlético, en lo general jóvenes, con un guante blanco, y los que no traían el guante blanco, traían un pañuelo blanco, que no hay en las fotos, pero había algunos con un pañuelo blanco. Ahí está demostrado.
Recuerda que en ninguna de las actas que ellos levantaron, las autoridades permitieron que se constatara la presencia del Batallón Olimpia. Pero, paradójicamente, el dato se les escapó en sus declaraciones a los militares que resultaron heridos.
El teniente Sergio Alejandro Aguilar Lucero, del Batallón Olimpia, en el Hospital Militar, declaró: ‘Soy miembro del Batallón Olimpia que fue conformado para salvaguardar las instalaciones olímpicas, y nos dieron orden para venir hoy por la tarde del 2 de octubre. Vestidos de civil nos identificaron con un guante blanco en la mano izquierda’. Lo mismo dijo el capitán Ernesto Morales Soto.
Agrega: Con estas fotografías queda perfectamente comprobada la participación de ese grupo paramilitar, exactamente como lo dijimos nosotros. Ahora, ¿quién lo envió, cómo fue la orden? Todo apunta a Luis Echeverría, no hay más. ¿Quién planeó la trampa? Tuvo que ser Echeverría, nadie más que él y el presidente Gustavo Díaz Ordaz tenían ese poder. Yo, con toda la infinita antipatía que siento hacia Díaz Ordaz, creo que no fue él, porque si hubiera sido, él entonces sí habríamos tenido una operación bien coordinada, porque viene desde el presidente. Pero como es algo chueco, que ni el presidente debe enterarse, quien lo hizo fue el secretario de Gobernación, por eso se dio sin coordinación.
Sobre su detención, recuerda: Lo único que padecí fue frío. Como se ve en la foto, estoy sin camisa; los pantalones no son míos, eran de un niño, me llegaban apenas debajo de la rodilla. La camisa ni siquiera entró. A todos nos habían quitado la ropa, fui golpeado en la nuca por un policía.
"Sólo iba por unas muchachas"
René Manning era músico en 1968 y hoy es dueño de un negocio de arte y diseño en Hermosillo, Sonora:
Era ya de madrugada. Estábamos en el cuarto piso del edificio Chihuahua; nos separaron: por una escalera hombres y por la otra mujeres. Estaba empapado porque las tuberías del departamento estaban rotas por las balas. Nos tomaron fotos a cada uno de los que íbamos bajando. Me fijé que el fotógrafo tenía dos o tres personas que le cambiaban la cámara, por los rollos.
Ese día, René y su amigo Fernando Leyva habían llegado al edificio Chihuahua para reunirse con dos muchachas que habían conocido en el café cantante Dos más Dos, de la Zona Rosa, donde tocaba el grupo Los Schippys, que ellos integraban con José Luis Liera.
No recuerdo el número del departamento, pero estábamos visitando a dos muchachas, una de ellas vivía ahí, la otra era de Mexicali. Nos tocó la mala suerte, dice en entrevista telefónica desde Hermosillo.
Cuando empezó la balacera, estábamos viendo por una pequeña ventana, apena cabían dos personas para observar. Fernando vio que por el lado izquierdo, por donde estaba el cine Tlatelolco, y por el lado de Reforma, comenzaron a entrar los soldados. Yo me fijé en el helicóptero, cuando arrojó las luces de bengala: una roja y dos verdes.
En el balcón que estaba debajo, a mi izquierda, donde estaban los líderes hablando, vi cuando un hombre de guante blanco agarró a uno del cabello, le puso la pistola en la sien y le disparó... Yo lo vi. Ése fue el primer disparo que escuché y entonces comenzaron a entrar los soldados a la plaza. Entraron abriendo fuego contra la gente que estaba en la explanada. Después entraron una o dos tanquetas disparando contra el edificio Chihuahua. Fernando me jaló y nos fuimos hacia atrás, en ese momento entró una ráfaga de la tanqueta exactamente en el departamento. Rompieron las tuberías y el departamento comenzó a inundarse. Nos fuimos a la última recámara. Ahí nos mantuvimos hasta las cuatro de la madrugada.
Antes habían tocado la puerta unos muchachos que decían que por favor abrieran porque los iban a matar. Les pedimos que no abrieran porque podría ser una trampa, que podían entrar los soldados o policías y nos mataban. Pero insistieron tanto que abrimos y entraron unos cinco estudiantes, que traían paquetes de volantes en contra del gobierno, que escondieron debajo de los colchones.
Finalmente volvieron a tocar la puerta, pidieron que se abriera, que nada iba a pasar. A la tercera vez gritaron que si no abríamos lo iban a hacer a balazos. Entraron como cinco, con lámparas muy grandes y preguntaron cuántos vivían en el departamento. Pidieron que salieran los miembros de la familia. Yo salí al último porque no encontraba una de mis muletas. Padezco polio desde los nueve meses.
Los que entraron llevaban el guante blanco. Cuando ya nos bajaron y nos detuvieron para tomar las fotos, al lado derecho de la escalera había varios cadáveres apilados, en la salida. Un soldado me dijo que no siguiera volteando, y de reojo alcancé ver los cadáveres uno encima de otro, estaban semidesnudos.
Antes de subirlos a los camiones, les quitaron toda la ropa, las agujetas de los zapatos y los cinturones. Así nos subimos al camión, con la ropa echa rollo. Íbamos amontonados. Nos llevaron al amanecer al Campo Militar Número Uno. Nos pusieron en unos dormitorios con literas de lámina. Lo ficharon, pero no lo torturaron como a su amigo Fernando, que estaba en otro galerón. Me preguntaron nombre, edad y de dónde era originario. No te decían absolutamente nada, sólo sacaban la hoja y fírmale.
El departamento 504
Baltazar Doro Guadarrama fue activista de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica. Hoy se dedica a la venta de compresoras.
Fue uno de los estudiantes que se refugió en el departamento donde estaba Manning, quien la semana pasada apareció en la televisión. Aclara que no era el cuarto, sino el quinto piso del edificio Chihuahua y que desde el departamento 504, que era de su tía y donde vivía su prima Susana Ruiz —que en las fotos sale cubriéndose el rostro—, jamás se hubiera podido ver la ejecución que Manning sostiene haber visto.
Susana vivía en el quinto piso, en el departamento 504, donde nos refugiamos como 25 personas, entre ellos Pablo Gómez, Eduardo Valle, Anselmo Muñoz Juárez y Félix Hernández, cuando empezó la balacera. Yo repartía propaganda. Ese día iba a subir a la parte alta del edificio para soltar un globo lleno de propaganda y pasé al tercer piso para que me ayudaran, cuando comenzó el traqueteo.
Manning estaba en el departamento, y cuando nos sacaron me venía protegiendo con él para no ser golpeado tan fuerte, lo ayudaba a caminar. Cuando nos llevaron al segundo piso platiqué con algunos del Batallón Olimpia y nos dijeron que fueron traídos del norte para un operativo, pero nunca les enteraron de la masacre.
Pero todo estaba planeado. Cuando llegamos al edificio Chihuahua, en la parte baja había muchísimos militares vestidos de civil formados, los identificamos plenamente, pero no creímos que fuera a haber una represión tan brutal. Estaba en el tercer piso cuando entraron disparando los agentes policiacos. Eran agentes, algunos estaban en cuclillas, ésos fueron los que comenzaron a tirar hacia abajo, desde la bardita del piso tres. Yo lo vi, no me lo platicaron.
En el departamento 504 se refugiaron hasta las 11 de la noche, cuando los sacaron los del Batallón Olimpia —no a las cuatro de la mañana, como dice Manning—, y de ahí nos llevaron a otro departamento en el segundo piso, que estaba vacío... Después de que nos tomaron la fotografía, nos sacaron por el corredor que va hacia la calle de Eulalia Guzmán, donde estaban los camiones del Ejército. Pero antes de llegar se produjo una segunda balacera y los que nos llevaban, de manera cobarde, se escudaron con nosotros. Después nos metieron a una guardería, nos acostaron y como juego pasaban encima de nosotros corriendo.
En Eulalia Guzmán o Manuel González nos subieron a los camiones y nos llevaron al Campo Militar, por todo Reforma. Allá nos tuvieron en una crujía, hasta el 11 de octubre en la noche, cuando nos soltaron por el Toreo de Cuatro Caminos.
Nos alimentaron muy bien, pero en la noche se oían disparos y algunos de los que nos vigilaron decían que estaban formando ‘cuadro’, que estaban matando a algunos, entre ellos a Cabeza de Vaca.
Ya no pude bajar
Enrique Espinoza Villegas era estudiante de la Preparatoria 5, y ahora trabaja para una comunidad de Zacatecas:
Estaba en la Preparatoria 5 y era activista. Tenía 19 años y no participé en el Comité de Huelga. El 2 de octubre quise estar en el tercer piso del Chihuahua porque allí iban a estar otros amigos.
Llevé a mi madre, pero la dejé en la explanada y me subí. Cuando estaba hablando Socrátes (Amado Campos Lemus) empezó el tiroteo y quise bajar por mi madre, pero ya no me dejaron. Me detuvieron los del guante blanco, que comenzaron a dispararle a la gente.
Había dos niños de secundaria que, cuando vieron que los del guante blanco disparaban contra la gente, se les aventaron. Ahí mismo los mataron. Primero les dispararon y en el suelo los golpearon con las cachas de las pistolas. Iban con suéter café.
Con tristeza y remordimiento recuerda que no pudo ayudar a su madre Esther Villegas, a la que también se la llevaron los soldados. Ella estaba en las escaleras, alcancé a agarrarla, pero me detuvieron. Me llevaron a un departamento del tercer piso, donde estaban Luis González de Alba, Cabeza de Vaca, Sócrates y La Tita. Allí el policía del sombrero que aparece en las fotos era el que nos quitaba las pertenencias a todos los detenidos.
Pero después Enrique y González de Alba fueron llevados a otro departamento: Allí me quise escapar, vi un guante blanco tirado y traté de ponérmelo, haciéndome pasar por uno de ellos. Con los ojos Luis me decía que no, pero yo tenía miedo y quería escaparme para ir por mi madre, a la que también habían golpeado. Se dieron cuenta porque el guante rechinó cuando quise ponérmelo, me golpearon hasta que perdí el conocimiento. Creo que uno de ellos mismos me salvó porque les pidió que ya no me siguieran golpeando. Cuando desperté me bajaron a la entrada del edificio, donde nos tomaron la foto a un lado del elevador. Yo estoy de espaldas, soy el más alto.
Cuenta que en el Campo Militar Numero Uno nos llevaron a las galeras con camas de metal. Nos despertaban a la media noche y nos decían que nos iban a fusilar. Había ferrocarrileros, trabajadores del banco, estudiantes. Me golpeaban mucho, la tortura también era psicológica. Sacaban gente y se oían tiros, todos temblaban. Nunca vi que regresaban.
Ahí vi a Nazar Haro, varias veces fue a entrevistarnos, casi siempre a la medianoche o en la madrugada. Llegaba con sombrero y gabardina blanca, nos ponía bajo una lámpara y nos preguntaba: ‘¿Qué andabas haciendo, eres estudiante, del Comité, conoces a los líderes?’. No me golpeó, me hice pasar como trabajador de Aurrerá, estaba muy asustado. Me tomaban fotos mientras me interrogaban, huellas digitales de todos los dedos de las manos. Me parecían eternos, con preguntas insistentes.
La vivencia fue muy fuerte, tengo secuelas, me hice un tipo tímido e introvertido. Incluso me perdí por un tiempo, usé drogas en una comuna hippy, era una manera de fugarme; intenté regresar a la escuela pero ya no pude; llegué hasta el quinto año de medicina en la UNAM. Luego fui a la ENAH a estudiar historia.
Trabajó como ayudante administrativo del gobernador de Zacatecas Arturo Romo. Ahora trabajo en la comunidad muy pobre de Concepción del Oro, en servicios de salud, ayudando a la gente.
"Un soldado avisó a mi familia"
José Manuel Monroy fue activista de la Facultad de Ciencias de la UNAM y hoy es consultor de informática:
Estaba en el primer año de la carrera de Física, en la Facultad de Ciencias, y ese día me tocó llevar a Tlatelolco a Oriana Falacci, con un profesor de la Facultad de Filosofía y Letras.
Estábamos en el balcón viendo hacia la plaza cuando comenzaron los disparos. La verdad, no me di cuenta de dónde venían los tiros, pero sí recuerdo haber visto que los soldados avanzaban hacia la plaza. Quise salir, pero la escalera ya estaba tomada por el Batallón Olimpia.
Estuvimos tirados un buen rato en el piso, había muchos heridos. Aquello se estaba inundando. Pecho a tierra, me bajaron al segundo piso y me metieron a un departamento con otros. Me quitaron la ropa y me golpearon en el estómago varias veces.
Serían como las 11 de la noche cuando nos sacaron del departamento y nos bajaron. Yo iba descalzo, en calzones. Me subieron al camión militar, de los cabellos; el piso estaba lleno de vidrios. En el camino los soldados nos daban culatazos y nos fueron amenazando.
En el Campo Militar Número Uno estuve 15 días, en una celda aislada. Mi familia se enteró de que estaba ahí porque un soldado les avisó. Del campo militar me sacaron en la última camada con Gilberto Guevara Niebla y me llevaron a Lecumberri, donde estuve en las crujías H y C. De ahí salí el 24 de diciembre de 1968, con la primera camada de liberados, y regresé a terminar la carrera a la Universidad.
"No sé si quedé fichado"
Jesús Gutiérrez Lugo fue activista de la ESIME y ahora ejerce la ingeniería:
"Cursaba el primer año de la carrera. No era miembro de la dirigencia, porque nuestro representante en el CNH era Felix Hernández Gamundi. Más bien era miembro de base del movimiento.
"El 2 de octubre llegué como a las cuatro y media de la tarde con un amigo y compañero de carrera, Marco Antonio Santillán. Subimos al tercer piso por curiosidad, queríamos ver a los oradores.
"Cuando empezó la balacera subimos al cuarto piso y luego tratamos de bajar. Ya no pudimos. Todo pasó muy rápido. Nos apresó un agente de guante blanco y nos metieron a un departamento con unas 30 personas más. Estábamos tirados en el suelo y las balas entraban por las ventanas. Horas después nos sacaron los agentes del guante blanco. Recuerdo que escurría agua color marrón de la escaleras, pero no vi muertos.
"Nos llevaron al Campo Militar Número Uno y nos detuvieron una semana. Al segundo o tercer día nos llevaron con alguien que parecía un agente del Ministerio Público, quien nos interrogó. Nos preguntaba de dónde habíamos sacado las armas. Nos sacaron fotos y nos tomaron las huellas digitales. No sé si quedé fichado, porque cuando pedí mi primer trabajo solicité una carta de antecedentes penales y no salió nada.
"Recuerdo que cuando nos sacaron, éramos como 300 o 400. Un general nos tiró un rollo sobre la defensa de la patria y luego nos dejaron ir".
“La plaza era una ratonera, y el edificio chihuahua, la trampa”
Un exmiembro del Ejército, Mario Alberto Sierra, decidió también ofrecer su testimonio sobre los acontecimientos de Tlatelolco, en lo que él llama un acto de conciencia. Estuvo asignado a labores de inteligencia, mezclado entre la multitud que asistió al mitin del 2 de octubre, y narra, desde su punto de observación, en calidad de cabo armero y desde sus recuerdos, quiénes y cómo prepararon la trampa que terminó en matanza. José Gil Olmos
No fue sino hasta el mediodía del 2 de octubre de 1968 cuando el cabo armero Mario Alberto Sierra y su superior, el sargento de transmisiones Juan de Dios Gama Estrada, supieron que tendrían que ir a Tlatelolco para estar pendientes de lo que pudieran hacer los estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas.
Sus superiores les ordenaron que no llevaran identificaciones y, sin darles mayores explicaciones, les dijeron que si había problemas y eran detenidos por la policía, pidieran que los presentaran ante un agente del Ministerio Público. Ya en la delegación, deberían dar la consigna secreta para quedar libres: Yo pedí hablar con usted, señor licenciado.
Tras de ver las fotos publicadas la semana pasada por este semanario, Sierra se comunicó a la redacción de Proceso para dar su testimonio de lo que vio esa tarde.
Y revela: es casi seguro que ese día estuvo en Tlatelolco el actual jefe del Estado Mayor Presidencial, general Armando Tamayo, que entonces tenía el grado de teniente y formaba parte de la Primera Compañía del Primer Batallón de Infantería del Cuerpo de Guardias Presidenciales.
En un primer momento, Sierra quiso hablar desde el anonimato, pero luego aceptó dar su nombre. Su familia lo convenció. Tienes todo nuestro apoyo, le dijeron. De hecho, uno de sus hijos, que estudia periodismo, fue quien vio primero la revista y lo animó a hablar.
Es un acto de conciencia, justifica el exmilitar, que aún conserva una credencial que lo identificaba como cabo armero, matrícula 5645478, del Primer Batallón de Infantería, Cuerpo de Guardias Presidenciales.
Cuenta que su función era de OP: Oreja de Perro. Se infiltraba entre los estudiantes, asistía a marchas, mítines y asambleas para informar sobre el movimiento estudiantil. El pelo largo era su camuflaje.
A veces retomábamos la información de los periódicos porque era imposible entrar a las asambleas. La estructura de células del Consejo General de Huelga nos puso de cabeza porque nos impedía infiltrarnos, dice el ahora editor de libros.
Sierra estuvo en el Ejército cinco años, 10 meses y 13 días, según el certificado de baja fechado el 16 de noviembre de 1971. Se graduó como cabo armero en la Escuela de Materiales de Guerra, en Santa Fe, el 1 de enero de 1967. Hasta 1970 estuvo en el Cuerpo de Guardias Presidenciales y de ahí pasó a la Dirección General de Materiales de Guerra.
Su baja del Ejército, relata, la decidió poco después del halconazo, la represión de la marcha estudiantil del 10 de junio de 1971. Afirma que el grupo paramilitar que realizó esa acción, los Halcones, se comenzó a organizar, poco después del 2 de octubre de 1968, en las instalaciones del Cuerpo de Guardias Presidenciales, en El Chivatito, a un costado de Los Pinos.
Hace precisiones al texto publicado en Proceso la semana pasada: El entonces coronel Jesús Castañeda Gutiérrez no perteneció ni era responsable del Batallón Olimpia, sino del Primer Batallón de Infantería del Cuerpo de Guardias Presidenciales. Quien quedó al mando de la tropa en Tlatelolco, después de que fue herido el general José Hernández Toledo, fue el general Crisóforo Mazón Pineda.
Y añade: Ese día y en los siguientes, cuando el Ejército ocupó la Plaza de las Tres Culturas, muy probablemente estuvo ahí el actual jefe del Estado Mayor Presidencial, general Armando Tamayo. Tuvo que haber estado ahí porque era teniente de la Primera Compañía del Primer Batallón de Infantería de Guardias Presidenciales, y porque como comandante de la guardia (en el Campo Militar Número Uno) sólo se quedó un sargento.
Sierra recuerda haber visto a Tamayo el 9 de octubre, cuando los militares se retiraron de Tlatelolco. Esos días de ocupación, él pernoctó en los bajos del edificio 20 de Noviembre, mientras que los mandos superiores ocuparon algunos departamentos del mismo inmueble. Para mayor referencia del general Tamayo, recuerda que le gustaba jugar futbol. Era defensa.
Pero el general Tamayo desmiente la versión de Sierra. El jueves 13, en el salón Adolfo López Mateos de Los Pinos, a pregunta expresa de la reportera María Scherer sobre su presencia en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, sólo contestó: Es absolutamente falso.
Ante la insistencia de que diera más detalles sobre dónde había estado ese día, reiteró con una sonrisa amable: ¿Para qué? Es absolutamente falso.
De acuerdo con su currículum, Tamayo ingresó en el Heroico Colegio Militar en 1964, egresando como subteniente del arma de Infantería en 1967.
En Tlatelolco también habría estado el entonces capitán primero Rodolfo Alvarado Hernández, comandante de la Segunda Compañía del Primer Batallón de Infantería, según refiere Sierra. Actualmente retirado del Ejército, Alvarado Hernández pasó, en 1954, por la Escuela de las Américas —la llamada escuela de asesinos, del Ejército estadunidense— y actualmente es subsecretario de Seguridad Pública y Protección Ciudadana del gobierno de Puebla. Buscado insistentemente la semana pasada por el corresponsal Julio Aranda, el general Alvarado Hernández no devolvió las llamadas.
La tarde triste
Cuenta Mario Alberto Sierra: El 2 de octubre acuartelaron a todos, pero nosotros, como teníamos la tarea de OP, le preguntamos al jefe: ‘¿Nosotros también?’ Y él nos dijo: ‘Ustedes no, par de cabrones, ya tienen su comisión’. Así que nos fuimos a comer a la casa del sargento Gama en la Unidad Adolfo López Mateos, en Tlalnepantla. Llegamos a Tlatelolco, en camión, como a las cuatro y media de la tarde.
Sierra y Gama reportaban toda su información al mayor Javier de Flon González —otro egresado de la Escuela de las Américas—, quien era el jefe de operaciones (SIO) del Estado Mayor del Cuerpo de Guardias Presidenciales.
El Primer Batallón de Infantería estaba alojado entonces en las instalaciones del Regimiento de Ingenieros de Servicio (RIS), del Campo Militar Número Uno, porque las de Guardias Presidenciales, en El Chivatito, estaban en remodelación.
Desde agosto, ambos habían sido comisionados para realizar labores de espionaje del movimiento estudiantil, luego de ser interrogados por Carlos Eugenio Escobar Alemany, responsable de la Segunda Sección de la Primera Compañía del Primer Batallón de Infantería Guardias Presidenciales.
Cuando llegamos había poca gente, como al diez para la cinco ya había 5 mil o 6 mil personas, y cuando empezó el mitin a las 5:10 ya había entre 8 mil y 10 mil asistentes. Sentíamos un ambiente raro y le sugerí al sargento Gama que nos moviéramos a una de las esquinas de la plaza, cerca del edificio Chihuahua.
Alrededor de la plaza estaban las tanquetas del 12 Regimiento de Caballería Motorizada, que habían llegado de Puebla para el desfile del 16 de septiembre y que se quedaron en la ciudad. Escobar Alemany le contó después que desde esos vehículos se disparó indiscriminadamente contra la fachada del Chihuahua.
La plaza era una ratonera ,y el edificio Chihuahua, la trampa. Le dije a Gama que nos colocáramos en la orillita.
A las 6:10 vio salir las luces de bengala del helicóptero militar que ya llevaba su quinta ronda sobre la plaza. Salieron del helicóptero, fueron tres luces: dos verdes y una roja. Eran luces especiales que se sueltan y alumbran como un arcoiris. Nosotros no sabíamos nada, no teníamos ninguna instrucción. Inmediatamente se escuchó un disparo y a la distancia no supimos de dónde venía, pero fue de pistola. Luego otros cinco o seis disparos.
Vi a un francotirador en el techo de la iglesia. Hubo otros disparos desde el edificio del ISSSTE. La imagen de la gente moviéndose era extraña, era como cuando el trigo se mece hacia donde lo lleva el viento. Así se movió la gente buscando una salida en sentido contrario de donde venían los disparos.
Él y Gama salieron corriendo por los estacionamientos de los edificios Querétaro y Guanajuato. Por los andadores, por los andadores, le gritaba a la gente que los seguían mientras rebotaban los disparos en el suelo, emitiendo un sonido como cuando descorchan una botella de sidra.
Corrimos hacia Paseo de la Reforma, Gama llevaba de la mano a una muchacha, quién sabe por qué. Nos habían pedido que no lleváramos ninguna credencial, así que cuando patiné en el césped de una jardinera y me caí y escuché a un soldado que me decía ‘Párate, cabrón’, pensé: ‘Me paro, madres’.
Sentado a un lado de su hijo Juan Pablo, Sierra enciende un cigarro, nervioso, metido en sus recuerdos.
Como pude, salté un carro estacionado y en pleno Reforma me paré frente a los que carros que venían, cerré los ojos y abrí los brazos en cruz para que pasara la gente. Abrí los ojos cuando pasó Gama y me jaló. Nos metimos en una lonchería que está en Matamoros, y Gama bajó la cortina. Esperamos un rato. Después nos fuimos al Sanborns de La Fragua, donde tomamos varias tazas de café. Estuvimos pensando qué hacer. Gama quería regresar a Tlatelolco, aunque yo no. Como era mi superior, obedecí. A las 8 u 8:30 de la noche regresamos. No sabíamos lo que había pasado.
Nos encontramos a un amigo de Gama, que llevaba un pantalón blanco manchado de sangre. Se oían disparos esporádicos, seguidos de un silencio pesado. ‘Así ha estado la cosa’, nos dijo el amigo de Gama. Más adelante nos detuvieron. Como eran militares, la contraseña no nos funcionó. Tampoco teníamos identificación, así que nos llevaron con un jefe. Sólo nos dejó ir cuando le dijimos de memoria la matrícula del coronel Castañeda.
Gama y Sierra decidieron regresar al Campo Militar Número Uno, con una escala en la zona de Transmisiones, cerca del Toreo de Cuatro Caminos, donde pretendieron cenar. Eran como las 11 de la noche y todo estaba cerrado. Tuvimos que irnos caminando al Campo, porque ya no había camiones.
Dice que al día siguiente, 3 de octubre, se levantaron tarde porque no habían tocado la diana. No había casi nadie en las instalaciones militares. Mientras estaban desayunando los llamaron para ordenarles que regresaran a Tlatelolco en el camión militar que transportaría a mediodía el rancho para los soldados.
¿Qué vimos? Era como una zona de guerra. Había un silencio especial, pesado, se podía agarrar. Le dije a Gama: ‘¿Cuánto apuestas a que De Flon nos dice que por qué no estuvimos en el mitin?’ Gama me dijo ‘cómo crees’, pero dicho y hecho: Nos lo reclamó, como si hubiéramos tenido que estar muertos, heridos o detenidos para probarlo. Tuvimos que explicarle lo que nos pasó.
En la plaza había basura, ropa, manchas de sangre tapadas con periódico, sangre aún fresca mezclada con agua. Había llovido.
Sierra dice que ahí conoció al general Crisóforo Mazón Pineda, quien había quedado como comandante.
Nos quedamos una semana en Tlatelolco, en los bajos del edificio 20 de Noviembre. Muchos departamentos habían sido ocupados por el Ejército. Nos dimos cuenta porque el día 3 mandaron prender el bóiler de un departamento para que se bañaran el general Crisóforo y el coronel Castañeda. El sargento Gama y yo, con otro militar cuyo nombre no recuerdo, nos hicimos cargo de los transmisores PRA-77, que acababa de adquirir la Secretaría de la Defensa.
La presencia militar en la plaza duró hasta el 9 de octubre. Ese día, el Primer Batallón de Infantería del CGP debía ocupar las instalaciones recién remozadas de El Chivatito.
El entonces cabo Sierra recuerda que escuchó un comentario del coronel Castañeda a su asistente, el cabo José de Jesús Llerandi Bazán, de lo que había hablado poco antes con el secretario de Gobernación, Luis Echeverría.
Dijo Castañeda: Me retiro con mis muchachitos, señor secretario, para tomar posesión de las nuevas instalaciones.
Sí, estoy enterado, coronel, contestó Echeverría. Espero que las disfruten, si estos cabrones se los permiten.
Tanta era la cercanía de Echeverría con el futuro jefe de su Estado Mayor Presidencial, que el entonces secretario de Gobernación tuvo una deferencia desusada: El 19 de febrero de 1969, Día del Ejército, Echeverría desayunó con el Primer Batallón de Infantería, en El Chivatito. Nunca se había dado una cosa así, nunca, dice Sierra. Incluso hubo un besamanos, en el que yo estuve.
Sierra hurga en su memoria y remata:
A todos los que participaron como comandantes en la Plaza de las Tres Culturas les regalaron un auto. Un LTD último modelo (1969). El de Castañeda era rojo. A mí me tocó verlo.
Poco después, el coronel Castañeda ascendió a general.
Un documental revela la injerencia de Estados Unidos en el conflicto estudiantil del 68
Rosa Elvira Vargas y Gustavo Castillo García
La Jornada Semanal
En vísperas de cumplirse 40 años de la masacre de Tlatelolco, el canalseisdejulio entrega una nueva producción documental, 1968 La conexión americana, que pone al descubierto la intervención de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en el conflicto estudiantil de aquel año y su interés porque el Ejército asumiera el poder en México.
Documentos e imágenes inéditas de esa época confirman, en el trabajo del cineasta Carlos Mendoza, la intromisión del gobierno de Estados Unidos en la política nacional, la cooptación de funcionarios y militares mexicanos por la CIA, así como el desarrollo de una estrategia propagandística encaminada a hacer creer que en nuestro país se gestaba una “revolución comunista”.
El documental 1968 La conexión americana, es particularmente ilustrativo del rol que desempeñaron entonces el embajador estadunidense, Fulton Freeman; el director de la CIA en México, Winston Scott, y otros integrantes de esa agencia, quienes además tuvieron participación en la ejecución de golpes militares en naciones de América Latina, como Guatemala, Perú y Brasil, en los años 60.
Las evidencias recogidas en la cinta destacan, como punto de partida, un artículo periodístico publicado en junio de 1967 en la revista U.S. News & World Report, donde el editor advierte que en México se preparaba una nueva revolución de corte comunista, la cual sería apoyada por la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), China y Cuba.
Con tal antecedente, el 18 de mayo de 1968, es decir dos meses antes del inicio de la revuelta en México, el director de la FBI, Édgar Hoover, declaró que grupos comunistas estaban preparando actos subversivos. Todo esto, además, en el contexto de los 19 Juegos Olímpicos.
Así, desde el inicio del conflicto estudiantil, tanto el gobierno mexicano como el estadunidense alimentaron en los medios de comunicación de la época, la falsa idea que de detrás de las protestas estaban agentes del comunismo internacional con sus aliados mexicanos.
Pero lo que el documental sí demuestra es que fueron reclutados por la CIA, los presidentes Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, así como Antonio Carrillo Flores, secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno de Díaz Ordaz; Fernando Gutiérrez Barrios, jefe de la Dirección Federal de Seguridad; Joaquín Cisneros, secretario particular de Díaz Ordaz; Emilio Bolaños, sobrino de Díaz Ordaz, y Humberto Carrillo Colón, agregado de prensa de la embajada de México en Cuba.
Inclusive, varios de ellos son identificados dentro de la red de informantes que Winston Scott creó desde 1956 en México y a la que denominó Litempo.
En 1968 La conexión americana, se menciona que agentes de la CIA como David Sánchez Hernández, Poter Goss, Barry Sill, Guillermo e Ignacio Novo Sanpol, así como Virgilio Rodríguez y David Philps, habrían realizado labores de desestabilización en México, ya que existen evidencias de que estuvieron en el país antes de que ocurriera el movimiento estudiantil. Además, todos ellos se vieron involucrados, asimismo, en golpes militares en naciones de América Latina.
Incluso se demuestra que cuatro días antes de la masacre de Tlatelolco, el jefe de la CIA, Richard Helms, estuvo en México, y que el embajador Fulton Freeman, le dijo al entonces secretario de la Defensa Nacional, el general Marcelino García Barragán, que contaba con el apoyo del Departamento de Estado de su país para que declarara un estado de sitio la madrugada del 3 de octubre de 1968, lo que aquél habría rechazado de manera rotunda.
A lo largo de los 60 minutos del documental se presentan informes en los que el jefe de la representación diplomática anticipa con precisión, en sus reportes a Washington, las acciones que el gobierno de Díaz Ordaz pondría en marcha para acabar con la revuelta estudiantil.
En todos los casos, una coincidencia fundamental entre los funcionarios estadunidenses, presuntamente involucrados en la represión estudiantil, y los altos mandos militares mexicanos, como los generales Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial; Alfonso Corona del Rosal, regente del Distrito Federal; Mario Ballesteros Prieto, jefe del Estado Mayor de la Secretaría de la Defensa Nacional, y el entonces coronel Manuel Díaz Escobar, era su acendrado anticomunismo.
Esos militares, además, han sido identificados no sólo como creadores de grupos de choque; también se les ubica como piezas importantes en actos de provocación contra los estudiantes antes de la noche de Tlatelolco y particularmente en la represión del 2 de octubre de 1968.
Las hipótesis documentales son corroboradas y analizadas por especialistas como el académico de la UNAM, John Saxe Fernández; la historiadora Ángeles Magdaleno Cárdenas, y la directora del archivo Gregorio Selser, Beatriz Torres; el periodista Jorge Meléndez Preciado, así como por el ex agente de la CIA, Philip Agee.
Sin duda, 1968 La conexión americana se convertirá desde ahora en fuente imprescindible para todos aquellos interesados en llegar a la verdad histórica en los sucesos de hace cuatro décadas. Esto queda manifiesto en su riqueza iconográfica y documental y en el rigor de las fuentes consultadas.
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