EL IMPERIO DE FIESTA
martes, 20 de enero de 2009
La traición del sueño de Martin Luther King y la investidura de Obama.
Andrew Hughes
Global Research. Rebelión.
El Día de Martin Luther King en 2009 precede el amanecer de la histórica investidura del primer presidente afro-estadounidense de EE.UU. Esta toma de posesión es aclamada como la realización del sueño del doctor King, un momento definidor en el paradigma cultural, un giro tectónico en las relaciones raciales y un fanal de cambio real para la difícil situación de pobres y oprimidos. Imbuir con los sueños y el espíritu del doctor King a la persona presidencial exige la confluencia de ideales y acciones para que merezca verdaderamente la asociación. La traición del sueño, la explotación del sacrificio son un insulto al legado. Ser digno de la antorcha exige integridad.
“Esta locura debe terminar de alguna manera. Debe terminar ahora mismo. Hablo como criatura de Dios y hermano de los pobres sufrientes de Vietnam. Hablo por aquellos cuyo país está siendo arrasado, cuyas casas están siendo destruidas, cuya cultura está siendo subvertida. Hablo por los pobres en EE.UU. que están pagando el doble precio de esperanzas destrozadas en casa y la muerte y destrucción en Vietnam. Hablo como ciudadano del mundo, por un mundo que contempla consternado el rumbo que hemos tomado. Hablo como estadounidense a los dirigentes de mi propia nación. La gran iniciativa en esta guerra es nuestra. La iniciativa de terminarla debe ser nuestra.”
Este discurso del doctor Martin Luther King en 1967 es tan conmovedor hoy como lo fue entonces. Los nombres cambian, pero la pesadilla sigue siendo la misma. Iraq y Afganistán de hoy reemplazan al Vietnam de ayer. El aumento del nivel de pobreza y el encarcelamiento de una cantidad inmensamente desproporcionada de afro-estadounidenses de hoy, la matanza de millones más de pobres del mundo y el subsiguiente asesinato del doctor King a manos de su propio gobierno testimonian exactamente del tipo de iniciativa que se eligió.
El presidente electo Barack Obama, en sus discursos, expresa su deseo de inculcar los ideales del doctor King a su toma de decisiones y a su actitud hacia sus semejantes. Se le “hace un nudo en la garganta” repitiendo las palabras de ese Hombre de Paz, pero lo “mantendrá” el día de la investidura. Convertirá a EE.UU., en las palabras del doctor King en “un país que ya no está rasgado en pedazos por el odio racial y la división étnica, un país que es medido según cómo trata a los más bajos en importancia de entre ellos, un país en el que la fuerza se define no sólo por la capacidad de librar la guerra sino por la determinación de forjar la paz – un país en el que todas las criaturas de Dios puedan unirse en un espíritu de hermandad.”
Guarda silencio mientras su país ayuda al genocidio de los palestinos. Forjará la paz enviando 30.000 soldados estadounidenses a Afganistán para intensificar la masacre que ha llevado a las muertes de casi 800.000 de sus hermanos y hermanas. Guarda silencio sobre los más de 700.000 de sus hermanos y hermanas que han sido asesinados en Iraq. Amenaza con la guerra contra Irán, Siria y Líbano casi destruido. Guarda silencio sobre el asesinato de su hermano Oscar Grant III por el policía Johannes Mehserle en California. Perpetúa lo que el doctor King llamó “una nación que sigue gastando año tras año más dinero en defensa militar que en programas de mejora social.”
“Muchas de las horribles páginas de la historia estadounidenses han sido ocultadas y olvidadas… EE.UU. tiene una deuda de justicia que sólo ha comenzado a pagar. Si pierde la voluntad de terminar o flaquea en su determinación la historia recordará sus crímenes y el país que podría ser grande carecería del elemento más indispensable de grandeza – la justicia” Martin Luther King, 1967.
El presidente electo se niega a llevar ante la justicia a George Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Henry Kissinger y al resto de los criminales de guerra mientras mira hacia adelante desde la cumbre de la montaña y muestra el camino hacia la muerte espiritual.
¿Habría votado el doctor King, si hubiera ocupado un cargo público, por la invasión de Iraq, la invasión de Afganistán, el envío de armas y dinero a Israel, y guardado silencio mientras sus hermanos y hermanas empobrecidos eran masacrados?
Las palabras de Martin Luther King han sido secuestradas por los que utilizaron su mensaje para impulsar sus objetivos narcisistas. Su súplica pacífica ha sido traicionada por mentiras y una nauseabunda adulación de la oratoria sin contenido. Sus mayores declaraciones de amor y humanidad han sido relegadas a anuncios publicitarios para el consumo masivo de un público engañado que depositó su fe en un hombre que representa todo aquello contra lo que luchó pacíficamente el doctor King.
Por debajo y por encima de Obama está el imperio
Benjamín Forcano
Alai-amlatina
La estela imperialista de Estados Unidos es larga, pero para quien quiera entenderla un poco no tiene sino seguirla desde los años 90 hasta hoy. Fue en el año 91 cuando se produjo la brutal caída de la Unión Soviética y el mundo dejó de ser bipolar. Al mundo le rebrotó una gran esperanza. Parecía iba a cumplirse lo establecido por la ONU en 1945: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Con razón, hay autores que llegan a decir que “Los derechos humanos definen el horizonte de nuestra historia”. Y sobre la igualdad entre estados y pueblos cabría decir lo mismo, pues un país pequeño, Nicaragua por ejemplo, tiene la misma soberanía que Estados Unidos.Pero, a la orilla de la caída, estaba al acecho la oligarquía del capital financiero, que enseguida apostó por no contar con las organizaciones multilaterales existentes, incluida la ONU y apostar por la fuerza militar del poderío estadounidense. En el mercado mundial optaron por la “mano invisible” que controlaban a perfección, despreciando toda norma que intentara dar sentido humano a la economía.Apenas pasaron unos meses y las esperanzas de un acuerdo universal entre los Estados y de un Derecho universal en lugar de la violencia del más fuerte, se vinieron abajo: imperio norteamericano contra democracia planetaria. Dicha oligarquía, ya antes del 90, había transformado el Estado en factor para la realización de los intereses privados. Lo que se pensó que era un estado nacional se convirtió en imperio: fuerzas armadas, sistemas de escucha internacional, aparatos de espionaje e información, puro instrumento de expansión y protección del capital financiero.En el 96, Jesé Helms -presidente de la comisión de asuntos exteriores del Senado- dijo: “Estados Unidos deben dirigir el mundo portando la antorcha moral, política y militar del derecho y de la fuerza”. Y Thomas Friedman -consejero en la administración de Clinton- era más explícito: “Para que la mundialización funcione, Estados Unidos no debe tener miedo a actuar como la invencible potencia que es en realidad”. Quedaba así reafirmado el dogma ultraliberal: voluntad absoluta de imponer y dominar sin idea alguna de solidaridad internacional.Estados Unidos se consideraba por encima de toda ley, sujeto únicamente a sus propias instancias y podía permitirse no ratificar la Convención que prohibía las minas antipersona, rechazar el principio de una Justicia Internacional y desechar el Tribunal Penal Internacional, que establecía por primera vez que cualquier político o militar responsable debía rendir cuentas por la violación del Derecho. Gobiernos aliados o amigos gozarían, ante la trasgresión de leyes internacionales, del consentimiento –tácito o explícito- de Washington. Hubo oposición también a que los países pobres pudieran acceder a los medicamentos del sida y al reconocimiento, entre los derechos humanos, de los derechos económicos, sociales y culturales: “Para un analfabeto, escribe Jean Ziegler, la libertad de expresión no tiene sentido”. Todos los derechos son interdependientes y deben ser reconocidos, pero para el imperio los derechos económicos, sociales y culturales no pueden existir como bienes públicos. Son millones los pobres que viven en extrema pobreza. Pero, eso no es competencia del mercado.George Bush -enero de 2001- entra en escena política como guardián de los intereses planetarios de los oligarcas. Personajes bien conocidos en la política estadounidense han afirmado categóricamente: “La administración Bush sólo se entiende desde el poder del petróleo y de las industrias del armamento”. Los principales dirigentes de su gabinete proceden de los medios petroleros tejanos: Jeff Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Condolezza Rice, etc.Su prepotencia les ha llevado a suprimir el control de los paraísos fiscales, a los que les es esencial la evasión fiscal y el blanqueo de dinero, así como a rechazar en el año 2001 -frente a 143 estados signatarios- cualquier normativa o protocolo que pretendiera controlar instalaciones para producir armas biológicas, lo que no les ha impedido erigirse en acusadores de otros estados que intentaban hacer lo mismo. Si no se cumple con este deber, ¿cómo puede impedir que Irán haga lo mismo?Unilateralmente, en el 2001, el presidente Bush anuló el protocolo de Kyoto que, en diciembre del 2001, habían ratificado ya 84 Estados. También anuló el tratado para el control de los misiles balísticos internacionales. Cuando en noviembre del 2001, se libró la batalla del Kunduz, Donald Rumsfeld, contra la Convención de Ginebra, se negó en dos ocasiones a aceptar la rendición que los combatientes talibanes ofrecieron. Rumsfeld exigió que fueran pasados por las armas.Sin que a nadie se le ocurra excusar el fanatismo y la responsabilidad de la yihad en el atentado de las torres del Wold Trade Center, hay que reconocer que el integrismo de la índole que sea se nutre de la exclusión y de la miseria. “La lucha contra el terrorismo es también y de forma necesaria una lucha contra la pobreza extrema, contra la denegación de la justicia y contra el hambre” (Jean Ziegler).La política de Bush avanzó en la dirección señalada por sus asesores: “El libre intercambio promueve los valores de la libertad”. La campaña mundial antiterrorista “o a favor de la privatización del mundo o contra nosotros”, aseguró el ascenso imparable de los gastos militares. Los tres principales “lobbistas” de la sociedad armamentística Carlyle Group son: el padre de George Bush, James Baker (ex secretario de Estado), y Frank Karlucci (antiguo secretario de Defensa). No hace falta ni reseñar lo ocurrido con la guerra del Irak, Guantánamo, y, últimamente, con el apoyo a Israel en la invasión de Gaza, etc.La pestilencia de esta política se pretende, a veces, legal, pero llega hasta lo más alto. Y si alguna novedad tiene el imperio norteamericano es que sus guerras de agresión las pagan sus aliados y víctimas. Paúl Kennedy, ante las gigantescas inversiones financieras militares, ha dicho con toda razón que “Estados Unidos tienen firmemente atrapado al planeta entre sus garras”.Para impedir la extensión de un pensamiento crítico ha sido férreamente operativa la censura impuesta por el mando militar que intentaba ocultar los millares de víctimas destrozadas por las bombas en Afganistán y en otras partes.Encubridoramente, la prensa de gran tiraje no ha publicado apenas nada sobre estas masacres o bombardeos. Y, lo más extraño, el mundo ha aceptado como terroristas a los que Bush ha designado como tales. Y esos tales son todos aquellos que se oponen a organizar el mundo como a ellos les conviene.Al concluir esta lectura, es posible que el lector se haga estas o parecidas preguntas:-Obama, estadounidense, que vive en ese imperio, será proclamado presidente el 20 de enero. ¿No servirá la faraónica ceremonia para distraerle de la faz siniestra de ese imperio y hacerle gustar sus “grandezas patrióticas” y así entrar en la trampa de la oligarquía financiera y militar?-Sin poner en cuestión sus sueños y propósitos de cambio, ¿podrá Obama, tal como ha prometido, dar un giro a su política internacional desde la letra y el espíritu de la Carta de las Naciones Unidas? ¿Con qué poderes, recursos y apoyo social cuenta?-¿El peso preponderantemente pernicioso del imperio norteamericano es de ahora y, por lo mismo, de fácil neutralización o lo es de una larga praxis histórica, que imprime carácter no solo en los políticos sino en grandes sectores de la población?No obstante, los sueños hay que mantenerlos pese a lo adverso de la realidad, porque “es luchando por lo imposible como se llega a lo posible”.- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
Obama frente a los escombros
Serge Halimi
Le Monde Diplomatique
La entrada en funciones de Barack Obama confirmará una triple ruptura 1) En primer lugar, una ruptura política. Es la primera vez desde 1965 que un presidente demócrata aborda su mandato en un contexto de debilidad, incluso de derrota, de las fuerzas conservadoras. En 1977, James Carter los venció en primer lugar (justamente) gracias a su promesa de una renovación ética («Yo no os mentiré nunca») tras el escándalo del Watergate; su mandato estuvo marcado por una política monetarista y por las primeras grandes medidas de desregulación; En 1993, William Clinton se presentó como el hombre que «modernizaría» el partido demócrata asumiendo para sí numerosas ideas republicanas (la pena de muerte, el cuestionamiento de la ayuda social o la austeridad financiera) 2) Después, una ruptura económica. El neoliberalismo al estilo de Reagan no es defendible ni siquiera por sus partidarios. Durante su última conferencia de prensa como presidente, el lunes 12 de enero, George W. Bush ha «admitido voluntariamente»: «Yo dejé de lado algunos de mis principios liberales cuando mis asesores económicos me informaron de que la situación que estábamos viviendo podría llegar a ser peor que la Gran Depresión (la crisis de 1929)». «Peor», de todos modos, es un poco exagerado teniendo en cuenta que la crisis de 1929 hizo fermentar las «uvas de la ira» y la quiebra puso al país al borde del caos. Sin embargo, 2008 se ha cerrado con una pérdida de 2.600.000 empleos en Estados Unidos, 1.900.000 de ellos sólo en los últimos cuatro meses del año. Es el peor resultado desde 1945, en otras palabras, una caída libre. Podría pasar si el país tuviera las cuentas equilibradas y una posibilidad ilimitada de relanzamiento por el endeudamiento. Pero eso está lejos… El déficit presupuestario va a llegar este año a 1,2 billones de dólares y el 8,3 del PIB. Una cifra impresionantemente mala que no sólo supera el peor resultado de la era Reagan (6% en 1993), sino que además marca que el déficit se ha multiplicado por tres de un año para otro. 3) Una ruptura diplomática. Nunca, sin duda, desde la Segunda Guerra Mundial, la imagen de Estados Unidos en el mundo había estado tan degradada. La mayoría de los países consideran que la superpotencia estadounidense desempaña un papel negativo en los asuntos del mundo, a menudo en una proporción abrumadora. Iraq, Oriente Próximo, Afganistán: El statu quo aparece insostenible, tan costoso y mortífero al mismo tiempo. Después de todo, fue invocando la necesidad de una retirada de Iraq como Obama comenzó su campaña en 2007 y ha sido gracias a su insistencia en este punto como venció a Hillary Clinton –su futura Secretaria de Estado…- en las primarias. Sin embargo, el calendario de dicha retirada parece que enfrenta al presidente electo (muy impaciente) con los militares (más «prudentes» (1)). Pero la impaciencia del primero no se explica en absoluto por una posición pacifista. La retirada, en primer lugar, conlleva la voluntad de Obama de reasignar en Afganistán una parte de las tropas retiradas de Iraq. Sin embargo no es cierto que las perspectivas de hundimiento sean menores en Kabul que en Bagdad. Políticamente, el nuevo presidente tiene las manos libres. El paisaje de escombros que hereda va a obligar a una cierta contención a sus adversarios políticos. Su amplia victoria se ha beneficiado del impulso de las fuerzas vivas del país, especialmente los jóvenes. Y además están los sugerentes reportajes especiales, a menudo hagiográficos, que la prensa del mundo entero ha dedicado a Obama. La esperanza que suscita su entrada en la Casa Blanca es inmensa; y eso no se explica únicamente por el hecho de que el presidente de Estados Unidos sea negro. De un golpe, la «marca de América» se recuperó. Algunas decisiones de alto valor simbólico relativas al cierre de Guantánamo y la prohibición de la tortura han reforzado ese sentimiento de nueva era. «Debemos poner el mayor cuidado en reafirmar nuestros valores y en proteger nuestra seguridad», ha declarado el nuevo presidente. Después vienen los problemas. No es suficiente irrigar la economía estadounidense de liquidez para que la máquina económica y el empleo recuperen el movimiento. La inquietud de la población en cuanto al futuro es tal, que lejos de dedicarse a consumir, ahorra más que nunca (2). La tasa de endeudamiento de las familias, que no había dejado de crecer desde 1952, ha conocido su primer retroceso en el tercer trimestre del año pasado. Así, algo que seguramente es deseable a medio y largo plazo, pone en peligro el relanzamiento rápido a través del consumo y la inversión que espera el nuevo equipo de la Casa blanca. «Si no hacemos nada, esta recesión podría durar años» ha advertido Obama, deseoso de que su programa de gastos suplementarios de 775.000 millones de dólares, compuesto de gasto público y rebajas de de los impuestos, sea adoptado rápidamente por el Congreso. ¿Será suficiente? Algunos economistas demócratas, como Paul Krugman, consideran que es insuficiente y está mal planeado (3). La situación internacional tampoco parece prestarse a un resultado inmediato. Deliberadamente o no, los dirigentes israelíes han colocado a su gran aliado ante un hecho consumado –una guerra especialmente impopular en el mundo árabe- y obligan al nuevo presidente a hacerse cargo de un asunto minado que no constituía en absoluto su prioridad. La parcialidad en este asunto tiene el peligro de demostrar que Estados Unidos ya no podrá defender nunca una posición equilibrada en Oriente Próximo, y esto podría empañar muy deprisa su popularidad en el ámbito internacional.
Pero todo no se resume en un hombre, aunque sea nuevo. Sobre todo porque la novedad es mucho menos sorprendente cuando se examinan las actuaciones de Obama en cuanto a su gabinete. Por una ministra de Trabajo próxima los sindicatos, Hilda Solis, que promete una ruptura con las políticas anteriores, nombra a una ministra de Asuntos Exteriores, Hillary Clinton, cuyas orientaciones diplomáticas rompen menos con el pasado, y a un ministro de Defensa, Robert Gates, claramente heredado de la administración Bush. En cuanto a la diversidad del equipo, seguramente no es de naturaleza sociológica. Veintidós de los treinta y cinco primeros nombrados de Obama son diplomados de una universidad de élite estadounidense o de un encopetado colegio británico… Esto recuerda un poco la vuelta a la «competitividad» de los «best and brightets» (los mejores y más brillantes) de la administración Kennedy-Johnson. La prepotencia que caracteriza a este tipo de individuos a menudo los conduce a alardear de su poder y convertirse en fabricantes de catástrofes mundiales, como se observó durante la guerra de Vietnam. Pero Estados Unidos, en los tiempos que corren, está más bien en el abatimiento «centrista» que en la audacia del «Yes, we can», que constituiría la amenaza más temible.
Adiós para siempre
David Brooks
La Jornada
Todo empezó con un fraude y acabó con una estafa.
Y todo el mundo –no sólo los que lo eligieron– está pagando la cuenta.
Han sido ocho años en los que el mundo ha estado al borde de un ataque de nervios (con cientos de miles sufriendo ataques físicos). Con relojes, calendarios y sitios de Internet diseñados para mantener una cuenta del tiempo hasta por segundos para marcar el fin de la era de George W. Bush, el presidente con la mayor desaprobación popular de la era moderna, y considerado por historiadores y analistas como, tal vez, el peor de todos (y no es una competencia fácil de ganar) está por desalojar la Casa Blanca y regresar a la vida privada en Texas.
Pocos meses después de llegar a la Casa Blanca, justo después del 11 de septiembre de 2001, Bush alcanzó los índices de aprobación más altos con 90 por ciento. Hoy, en la última encuesta de CBS News/New York Times, difundida este fin de semana, Bush gozaba de 22 por ciento de aprobación, el peor nivel jamás registrado (sólo podría consolarse con que Dick Cheney, su vicepresidente, tenía 13 por ciento).
El hombre que declaró una nueva cruzada en nombre de Dios contra los infieles, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, quien proclamó que “o estás con nosotros o estás con el enemigo”, quien rompió la Constitución, la Carta de Naciones Unidas, las Convenciones de Ginebra, quien encabezó el gobierno más clandestino en tiempos recientes, y que se tropezaba con el idioma ofreciendo un diccionario de términos atropellados ahora famosos, se irá hacia su puesta del sol, apostando –como afirmó en su última conferencia de prensa– más o menos algo como que la historia lo absolverá.
Pero por el momento, sólo los llamados neoconservadores, algunos cristianos fundamentalistas, grandes intereses de energía, y los cómicos, han expresado su tristeza al concluir esta presidencia.
La Junta Cheney/Bush
Lo que pocos registran dentro y fuera de este país es que hace ocho años llegó al poder un gobierno radical derechista, en muchos sentidos, fundamentalista, dispuesto a transformar el panorama político, económico, militar y cultural no sólo de este país, sino del mundo. Desde sus primeros discursos hasta su mensaje de despedida al país el jueves, Bush colocó esto en términos simples: todo se trataba de una lucha milenaria entre “el bien y el mal”.
Todo comenzó en noviembre de 2000 con una elección en el país autoproclamado líder de la democracia, de la que hasta la fecha nadie puede comprobar quién ganó. La elección destruyó el mito de “una persona, un voto”, ya que sí se comprobó que no todos los votos se cuentan, y que el fraude a la antigüita, combinado con el cibernético, está sano y vivo. Por la institución anticuada y absurda del Colegio Electoral que sustituye el voto directo para presidente, George W. Bush ganó la elección aunque perdió en el voto popular (por aproximadamente 500 mil sufragios). Para colmo, la elección no fue determinada por la voluntad popular, sino por la Suprema Corte de Justicia.
Con ello, llegó al poder lo que Gore Vidal bautizó como la “junta Cheney-Bush” (puso a Cheney primero, por considerarlo como el poder real en la Casa Blanca). Hace poco más de un año, en entrevista con La Jornada, Vidal explicó lo que ha implicado todo esto para el país: “Hemos perdido la república y nuestras instituciones; hemos sufrido un golpe de Estado y Bush ha derrocado la Constitución”.
Gore agregó que “hasta hemos perdido el único regalo que nos dejó Inglaterra cuando nos abandonó a nuestro individualismo: la Carta Magna y el habeas corpus, todo lo que dio el tono del Siglo de las Luces a Estados Unidos”. Bush, subrayó, “odia a la república” y su gobierno “legalizó todo acto inconstitucional de este presidente inconstitucional y malicioso que cree en la tortura, cree en matar gente, cree en la guerra unilateral contra otros países que no nos han ofendido de ninguna manera y que no nos pueden dañar de ninguna manera”. Concluyó que “de eso se trata un golpe de Estado. Estas (quienes están en el gobierno) son las peores personas en el mundo. Los hombres del petróleo, del gas, los ladrones”.
Vale recordar que como candidato Bush señaló que como texano y gobernador de un estado fronterizo tenía “experiencia” en relaciones exteriores, y al llegar a la presidencia declaró que México sería su prioridad en las relaciones exteriores. Su primera cena de Estado fue con Vicente Fox, su primer viaje al exterior fue al rancho de Fox en Guanajuato, donde los “dos cowboys” hablaron de una nueva relación. Su primer gran iniciativa fue impulsar una reforma migratoria.
El 11-S
Pero pocos meses después, dos aviones secuestrados se estrellaron contra las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, otro contra el Pentágono y un cuarto, dirigido probablemente contra el Capitolio, cayó en Pensilvania, todo cambió (México fue relegado a un segundo plano). Noam Chomsky, en entrevista con La Jornada, advirtió que las primeras víctimas del atentado serían los palestinos y las fuerzas progresistas y de izquierda por todo el mundo.
Los neoconservadores, el agrupamiento político-intelectual que había tomado el poder junto con Bush, se habían preparado para este momento desde más de una década antes, cuando elaboraron una estrategia para garantizar hasta el infinito que Estados Unidos sería el único superpoder en el planeta, y que parte de ello era rehacer el mapa geopolítico, incluido Medio Oriente.
Bush declaró una guerra permanente contra algo llamado el “terrorismo”, y se elaboró todo un esquema sobre el nuevo enemigo que llenara el vació dejado por la desaparición del otro enemigo, el “comunismo”, usado durante décadas para justificar invasiones, intervenciones, operaciones clandestinas, gastos militares y maniobras políticas. Hasta se podían usar los mismos discursos de antes de la caída del Muro de Berlín, sustituyendo sólo la palabra “comunismo” por “terrorismo”.
Contra el terror
Fue el inicio de uno de los engaños más extraordinarios de la historia. Imponiéndose sobre las agencias de inteligencia, sectores del Pentágono, del Departamento de Estado y de otras partes del gobierno permanente estadunidense, el nuevo equipo ordenó que el mundo era como ellos deseaban. Se distorsionó y fabricó inteligencia, se lanzó una campaña de propaganda de proporciones sin precedente con la colusión, aunque con maravillosas pero pocas excepciones, de los medios masivos de comunicación, culminando con una presentación ante la comunidad internacional en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas para justificar la invasión de un país que nada tenía que ver con el 11-S en lo que ahora es la guerra más larga de la historia de Estados Unidos.
Pero la declaración de una “guerra global contra el terror” fue más que sólo lanzar las dos guerras, la otra contra Afganistán, ambas inconclusas al fin del régimen de Bush. Bajo ese rubro, se impuso lo que el historiador Arthur Schlesinger calificó de nueva “presidencia imperial”, que otorga enormes poderes al presidente e incluye ordenar operaciones militares donde quiera, incluso dentro de Estados Unidos.
En la “guerra contra el terror” se rompieron barreras institucionales y hasta legales del gobierno, a tal nivel, que literalmente se anuló por orden presidencial uno de los fundamentos del sistema legal estadunidense, el habeas corpus, concepto creado hace más de 700 años, que protege al individuo del poder del gobierno. A la vez, se legalizó la tortura, incluida la práctica de waterboarding, considerada como tortura y violatoria de la ley internacional por Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Además se le otorgó al presidente el poder de designar a cualquiera, extranjero o estadunidense, como “combatiente ilegal”, y con ello anular todas las garantías y derechos constitucionales básicos (presentación de cargos, acceso a abogados, un proceso judicial en un tribunal y más) y permitía su secuestro, desaparición y detención arbitraria e indefinida, como en el caso de los detenidos en el campo de concentración de Guantánamo.
Aún más, el gobierno de Bush, por orden secreta, ordenó el espionaje sin orden judicial de estadunidenses y sus comunicaciones internacionales, como toda una serie de operaciones clandestinas, incluida una red de cárceles secretas en varias partes del mundo y la práctica de “rendición”: se entregaba a un detenido en el extranjero a otro gobierno para ser interrogado bajo tortura.
El presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, John Conyers, acaba de presentar un amplio informe documentando de lo que califica de “transgresiones a la Constitución”, que incluye casi todos los aspectos del gran logro de Bush de establecer una presidencia suprema con poderes extraordinarios bajo la justificación de medidas necesarias durante “tiempos de guerra”. A la vez, frente a todo crítico, este gobierno también se dedicó, en palabras de Conyers, a “la intimidación e intento de callar a críticos y denunciantes que se atrevieron a contarle a sus conciudadanos lo que se estaba haciendo en su nombre”.
Salvar vidas
Pero en nombre de los estadunidenses, Bush y su equipo lograron, durante más de 7 años, una restructuración radical del gobierno y de la expresión del poder a nivel mundial. Bush dijo la semana pasada, en su mensaje de despedida a la nación, que todo fue para salvar vidas estadunidenses. “Hay debate legítimo sobre muchas de estas decisiones. Pero no puede haber mucho debate sobre los resultados. Estados Unidos ha pasado más de siete años sin otro atentado terrorista en nuestro terreno”.
Sin embargo, el hecho es que meses antes del 11-S, Bush fue alertado, hasta advertido de manera repetida por las agencias de inteligencia, que Osama bin Laden y Al Qaeda preparaban un ataque “con aviones” contra este país, y no hizo nada. “¿Bush salvó vidas? Que le diga eso a las familias de los 4 mil 200 militares que han fallecido en la guerra innecesaria en Irak… la verdad trágica es que estaban participando en una guerra que no deberíamos estar librando y que fue vendida al Congreso, a los medios y al pueblo estadunidense con justificaciones exageradas y hasta falsas”, escribe Richard Clarke, quien fue asesor presidencial antiterrorista de Bill Clinton y al inicio de la presidencia de Bush.
También, agrega, se tiene que incluir a los que casi nunca se cuentan aquí, los casi 100 mil civiles iraquíes (por el cálculo conservador de Irak Body Count) “muertos porque George W. Bush invadió ese país. Eso es 30 veces un 11-S... Las acciones de su gobierno contra el terrorismo, incluido Irak, mataron a muchos más esatdunidenses que los salvados por las agencias de inteligencia de Estados Unidos en los últimos ocho años”, concluye Clarke.
Guerra en otros frentes
El gobierno de Bush promovió también una guerra contra el medio ambiente, los derechos de los homosexuales, la salud, la educación y la ciencia. Desde promover versiones bíblicas de la evolución, hasta colocar interpretaciones bíblicas oficiales sobre la creación de fenómenos naturales como el Gran Cañón, y cuestionar la abrumadora evidencia científica sobre el calentamiento global, no hubo rama del gobierno que no fuera infectada por la ideología fundamentalista del gobierno de Bush.
A la vez, se buscó privatizar desde la educación pública hasta las prisiones. Tal vez lo más notable es que se instaló una fuerza de mercenarios y contratistas privados en Irak de las mismas dimensiones que las fuerzas armadas estadunidenses.
Aunque presidió sobre la ampliación del gobierno federal, sobre todo con la creación del gigantesco Departamento de Seguridad Interna, Bush promovió la desregulación de la economía y el debilitamiento de agencias e instancias dedicadas a velar por los derechos laborales, ambientales y civiles.
Con el huracán Katrina, se reveló otra abdicación de las responsabilidades básicas del gobierno en la era Bush. Con la prioridad de la guerra sobre todo lo demás, el inepto e irresponsable manejo de la respuesta al desastre natural que casi destruyó Nueva Orleáns y otras comunidades, dejaron a la vista que la vida de los pobres y la obligación de invertir en la infraestructura para el bien común eran considerados asuntos secundarios. Así, el huracán tal vez no fue el culpable del desastre, sino la respuesta, o falta de ella, del gobierno a todos los niveles.
La crisis
El costo financiero de esa guerra a largo plazo superará los 3 billones de dólares, calcula el economista y premio Nobel Joseph Stiglitz. Junto con el manejo de la economía estadunidense durante los últimos ocho años, Stiglitz calcula que “la cuenta por los excesos de la era Bush –el total de nueva deuda combinado con nuevas obligaciones– llega a 10.35 billones”.
Lo que se proclamaba como un triunfo del mercado libre y el libre mercado –el mantra de los neoliberales desde los tiempos de Reagan– tanto en Estados Unidos como en el mundo, estalló como una bomba en una crisis en la capital del capital mundial, en lo que ahora todos coinciden, que es la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión.
Durante el gobierno de Bush, Wall Street se congratulaba de su auge como prueba de que la fe en la libertad del mercado abría las puertas a un paraíso. Pero aparentemente todo fue una ilusión.
El caso de Madoff es tal vez el mejor símbolo de todo lo ocurrido, cuando esta figura tan respetada en el mundo financiero confiesa que todo fue un juego piramidal y que perdió tal vez 50 mil millones de dólares del dinero de sus clientes. Se cree que fue la estafa financiera más grande de la historia. Pero el hecho es que sólo fue una pequeña representación de un sistema financiero entero.
De hecho, tan grave es esta crisis que podría marcar el fin de Nueva York (y Estados Unidos) como el centro financiero mundial, advierte el influyente Consejo de Relaciones Exteriores.
Pero quizá lo más asombroso es que la crisis obligó a Bush y a su gobierno a confesar que el sistema del libre mercado está al borde del colapso y que sólo podrá sobrevivir con lo que será tal vez la intervención estatal más grande de la historia en la economía. La crisis del neoliberalismo, que primero se expresó en América Latina, llegó finalmente a la capital del capital.
Bush acaba su mandato obligado a promover algo así como una nacionalización parcial del sistema financiero estadunidense. Después de que se privatizaron todas las ganancias a lo largo de estos ochos años (aunque el esquema es mucho más viejo que eso), ahora se están socializando los costos, o como afirman algunos críticos, esto es socialismo al revés, o socialismo para los ricos.
El fin
A eso del mediodía del martes 20 de enero, el presidente Bush se convertirá en el ex presidente Bush. Y hasta el fin, él y su equipo insisten en que tenían razón, y que no se cometió ningún grave error, por lo menos ninguno que estén dispuestos a reconocer. Llegó al poder con la promesa de una reforma migratoria y acabó con redadas masivas, deportaciones récord, un muro fronterizo y criminalizando a los indocumentados.
Llegó con un superávit en el presupuesto y deja un déficit y por lo tanto un deuda que pesará sobre futuras generaciones. Llegó a un país sin guerra y deja dos conflictos que cada día cobran decenas de vidas, y con promesas de promover la paz entre palestinos e israelíes, dio luz verde a una agresión tan bárbara e inhumana de Israel en Gaza que hasta la Organización de Naciones Unidas la ha denunciado, y muchos acusan que esto es “un crimen de lesa humanidad”.
Deja atrás un pueblo que enfrenta despidos masivos, una sociedad que pierde sus hogares y más hambre en las calles. Deja atrás al pueblo más encarcelado en el mundo. Deja atrás un mundo entero al borde de múltiples crisis.
En su mensaje final al pueblo estadunidense afirmó: “cuando los pueblos viven en libertad, no escogen de manera voluntaria a líderes que promueven campañas de terror. Cuando la gente tiene esperanza en el futuro, no cederá sus vida a la violencia y el extremismo. Así, por todo el mundo, Estados Unidos promueve la libertad humana, los derechos humanos y la dignidad humana”.
Agregó que “en el siglo XXI, la seguridad y prosperidad en casa dependerá de la expansión de la libertad en el extranjero. Si Estados Unidos no encabeza la causa de la libertad, nadie la encabezará. Al abordar estos desafíos... Estados Unidos tiene que mantener su claridad moral. Frecuentemente les he hablado del bien y el mal. Esto ha incomodado a algunos. Pero el bien y el mal están presentes en este mundo, y entre los dos no se puede hacer concesiones”.
Desafortunadamente, Bush no tenía frente a sí un espejo al pronunciar estas palabras. E irónicamente será difícil que la historia lo absuelva, ya que su política de hacer todo lo posible para mantener secreto el manejo de su gobierno ha resultado en la desaparición de una extensa colección de documentos y registros de órdenes y comunicaciones sobre una amplia gama de asuntos.
La conciencia
El jueves había indicios de que parte de esta larga noche ha acabado: el designado próximo procurador general de Estados Unidos, Eric Holder, declaró sin equivocación que “el waterboarding es tortura”. Ni Holder ni Obama son izquierdistas. Más bien, un retorno a lo que antes era la “normalidad” parece ser un giro radical ante los hechos del inicio del siglo XXI en Estados Unidos.
Bush dijo que se va con la conciencia tranquila. El cómico Jon Stewart, conductor del noticiero satírico The Daily Show, y una de las figuras más influyentes y críticas de este país, comentó sobre las últimas palabras de Bush que se iba con la conciencia tranquila porque “no tuviste que vender tu alma: vendiste todas las nuestras”.
Adiós para siempre.